martes, 18 de mayo de 2010

Abandono



He de repasar las sensaciones. Claro, me hundí. Toqué las más oscuras, deleznables y dolorosas sensaciones que un humano pudiera sentir. Nunca un dolor así atravesó mi entraña. Me abracé fuerte a mi frazada y sollocé en completo silencio, sintiendo el ardor más profundo jamás imaginado, queriendo ahogar cada pieza de su falsa composición humana. Y las ganas presentes y tentadoras de morir al calor de un gentil y amigable cianuro. Pero no, sólo dormir, pidiendo un poco de piedad al dolor y despertar soñando, partir de esta dimensión sin avisar, sin percatarse, dejarse llevar por el oleaje calmo y mortecino. ¡Y que va! Se abren los ojos y no pasa un segundo, ni un maldito segundo, cuando ya se recuerda lo jodido que se está (premisa: el dolor viaja más rápido que la luz). Desfallece el alma, se deambula como un idiota, con esa sensación de vació y el malestar que no se traga junto con los analgésicos, o el Valium. ¿Alguna vez la angustia te ha pasado por la espalda? O ¿desde dentro, un viento congelado arremete tu respiración?
Uno parece no darse cuenta, pero todo se basa en mentiras. E incluso cometemos el error de creer que es parte de la generalidad, pero eso es aun más falso que las palabras que escuchamos. Es parte de lo aleatorio, de lo causal. De lo que algunos ignorantes llaman, “mala fortuna” , de sensaciones falaces.
Justo es cuando me levanto, y me veo en mi reflejo deteriorado y pálido, en ese espejo que me regresa una imagen que solía ser yo, pero que ahora está borrada, lamentada, apagada. Y en ese momento destruyo ese espejo, como si con eso destruyera todo lo que duele. Y mi mano sangra con crueldad, y ya no duele, deja de ser, me abandona, qué más da…

Me dedico lo que queda de la madrugada a pensar, me adentro profundamente a ver si uno de todos los mosquitos que me rondan me ofrecen un poco más que escozor. Necesito caer, tan fuertemente que no me levante nunca más. He de seguir derrochando esperanzas, sentirme muerto y vació, gritar al tiempo de un baño de alcohol que consuma heridas que se crearon al estar dispuesto a volar tan alto. ¡¡Pobre idiota!! He de gritármelo, tatuarlo en mi piel, y así no olvidarlo nunca. Respira, profunda y dolorosamente. Recuerda, hazte sentir y recordar que aún estás vivo, abrázate a la nada, pregúntale el porque; reclámale al viento por haberte quitado tu armadura negra, aquella que te protegía de sentir y que ahora, desprotegido, no eres más que una existencia patética, una de tantas. Solloza una vez más, la ultima.
Toma esa pastilla, traga la hiel y cierra los ojos en un sueño eterno.

Víctor P.

lunes, 8 de febrero de 2010

Llovemos (Desde el Canto de los Seres)


Espejismo…ese que me lleva a ti.
Que choca con mis ojos y lo reflejo
Y sonrió y no muero.
Cascabeles al viento.

Magnetismo…ese que me atrae a ti.
Que ni flagela, que ni me mata.
Que anhela el alma y a la marcha frenesí
El suspiro me arrebata.
…El sonido que infringí.

La noche llueve, llueve la noche.
Cantaros llenos de palabras que desbordan.
Tu imagen de regreso del viaje insomne.
Como no ser de ti si tu de mi mente eres.
Como no soñar si por ti mis sueños cantan.

Lluevo yo, en todo mi sentir.
Lluevo fuerte para llegar a ti.
Llueves tu en cada gota de amanecer.
Pero no he de dejarte caer…
Atrapo cada gota y así conformo tu ser.
…Mi ser…

Víctor P.

Te vi, me viste, no lo sé.

Te vi apresurada, intensa, fatigada, presionada. Tu rostro pasó frente a mí,
Como una disparo me rozo…no lo notaste, no lo sé…
Te noté certera, henchida en la velocidad de un carmesí.
Atrasada por los contratiempos,
Veloz al arraigo intrínseco del saber.
¿A dónde vas imagen sin mi luz recorrer?
¿Desde dónde tu ciclón mantiene intacto el despegue de tus recuerdos?

Te vi fragante, pensativa, presurosa, cautiva de la memoria.
Te llamé con la mirada y no esperaste a que llegara.
Corriste, saltaste un obstáculo inesperado, seguías bajando.
Llegaste, te perdiste entre la marea constante de seres.
Dime pues si no tu, ¿Quién eres?
En mí todo se torno nublado.

Te vi, como un espía, mientras alejada ya estabas.
Sin necesidad de saber a donde vas, pues lo sé.
Sin doblegarme, esperando a que reposara tu encanto,
Justo donde inicia mi anhelo.
Difuminando dolores que alzabas.

Te vi y ya no sollozabas, había pasado lo peor.
Regresaste de entre mi encuentro,
De todo lo que no te he dicho, de la soledad a esta distancia.
Te dibuje en el viento, te apareciste en dorado al rededor.
Descobijaste al día soleado.
Y ahora vas subiendo en tu fragancia.
Señorita de mirada perpetua,
No puedes evitar lo que pienso.


V.

De caminatas y balcones.



Y ahí va ese joven. Diplomático y en breve formal. Nunca elegante, pues las normas sociales le han de repugnar y de la austeridad su representación y caudal. Muchas veces callado y con una sonrisa extraña en los días nublados. Sí, muy silencioso, pero no impotente. Su voz explota a la mínima chispa de inconformidad y exagera sin invención ni intención. No es dramático por naturaleza, no lo hace por oficio, es así, tan solo yuxtapuesto. Reacio ante lo rutinario. Un soldado que deshonra a su mundano ejercito. Solitario. Le encanta andar detrás de su sombra, la sigue por las calles de día o de noche. Pasatiempo sin igual el caminar sin rumbo, entre otros caminantes atolondrados y presurosos. Ese joven que aun puede suspirar, increíblemente. Y observa alrededor. A los que se quejan de la misma lluvia, pero a la vez se quejan del sol. Y esos mismos se quejan del frió y después del calor. Observa el mundo incoherente, contradictorio y soso. Y aquellos que sufren por tener y querer más y los que creen no tener y no ven lo que hay (o no querer ver). La intensa ceguera de la inconsciencia y el abuso del ego. Lloran por la perdida, pierden lo que no tienen y ruegan por lo que no conocen. Incluso piden lo que no existe. Los mismos humanos que minan sus suelos y después olvidan donde han de pasar para no estallar.

Y va con 10 monedas y un billete en los bolsillos. Lo sabe. No hace falta buscar entre las pertenencias, ni una billetera preocupada, acompañada de identificación con foto y los recuerdos de años mozos. Poco dinero no es libertad, sólo lo justo para saltar en los charcos y mojarse hasta la cintura, sin meditar. Lo necesario para capturar imágenes vivas, colocarlas en un espacio de película y como se conceptúa, robarse el alma de los que miran directo al flash. El alma.
-Que reflexivo y estúpido que se vuelve el andar de pronto si uno se suelta de la somnolencia. Se dice a si mismo.
-Melancólica condición, aquella de que uno vale por las monedas que trae.



Presta atención a su entorno. Más andares. La gente con su supuesta madurez. Se presumen a si mismos como un tesoro invaluable. Pisan el suelo como si los llevaran nubes en el aire, sin temer caer y a la vez, Ícaro les parece un perdedor. Sobrases. Personas que sin saber, pisotean gigantes dormidos, en cualquier momento serán pisoteados de igual forma, gigantes que ellos mismos guardan en su interior, inseguridad, miedo, confusión. Y aun así, osan hablar de amor, sentimientos y mundos multicolores. De felicidad y tiempos amargos que creen que no volverán.
Empero volverán, a sus casas, con escaleras carcomidas por el olvido. Estancias ya marchitas por la impaciencia. Fotografías viejas y llenas de miedo. Sucias sillas con marcas de llanto. La chimenea cayéndose a pedazos e invadida por dolores indefinidos. Y el balcón que da vértigo por la incertidumbre. Cuan triste si ni acaso se tiene un balcón.

Joven andante. Recorre sus imágenes capturadas y su música Se arrastra por el mundo inconexo y patético de los lamentos. Pasa por su propio mundo de lamentos infundados y patéticos en su instancia. En su habitación de luz roja, desmejorada y no obstante, funcional como ornamento del universo. Los recopila cuando recopila los del mundo y las dimensiones alternas. Sin una razón aparente, o tal vez sí, el tratar de crear un patrón de medida. Se adhiere a la pared como insecto y desde ahí se asoma a la calle, y tampoco tiene balcón, y desea una terraza, pero no le pide a lo inexistente, ni pierde el orgullo de rodillas ante la nada. Al contrario, se deja caer en lo poético y evita pedir lo que ya tiene y perder lo que nunca fue suyo. Se lamenta en silencio, se aburre de eso y de todo. Lleva a la evolución su sensación, o lo intenta. Pensando en que salió mal, o si vale la pena al menos pensar en intentar. Recreando, lo que antes fue. Haciendo un nudo de todos esos lamentos e imágenes atrapadas. Destapando su filosofía y encuadrando la estructura de la mente. Y con la almohada apaga lo que queda de ilusión (abandonada). Después va, y lo escribe.

V.

Compuesto.