Nunca me han gustado los hospitales, creo que mientras más pasa el tiempo me gustan menos. Hoy apenas si puedo concentrarme, mis ideas van por la puerta al menor descuido. Me veo absorto, ese olor a sangre, a sustancias, antiséptico, a orina, a sudor. Esos gritos de que piden la calma del dolor y las caras que se desdibujan entre una espera eterna. Agonía en dosis variables, analgésicos, antibióticos, antihistamínicos, anti…
Apenas llegué aquí me quedé petrificado, me sentí ese niño de apenas once años cercano a la muerte, en ese bordecito entre la salud y el estertor; lo reviví todo, el aroma de mi habitación de hospital, el papel tapiz adornado con motivos infantiles y el cuadro incipiente que colgaba en el muro, algo como una mala imitación de un Van Gogh que no me dejaba terminar el patrón de los animales impresos en el tapiz aquel. Me relajaba sobremanera ese tapiz, supongo que a esa edad era normal, aunado a las ganas que tenía de escaparme de donde estaba. Me traje el recuerdo completo, el bisturí al lado de un montón de utensilios que rememoraban en mi mente a una tortura en los tiempos de la inquisición, la enfermera insulsa, malvada, ignorante, cruel e indiferente (¿cómo iba a saber a los once años qué la secuencia se repetiría tantas veces en el futuro?), la mascarilla de anestésico acompañada del conteo regresivo que me llevaba a lo onírico, y la esperanza que ya iba intravenosa, diez segundos para la ignición y contando, nueve, ocho, pulso estable, siete, levitación espiritual sin cambio relativo, seis, cinco, cua…
…Las monedas que cayeron de mis bolsillos me devolvieron a la realidad.
–Se le cayó algo, joven –dijo la mujer que estaba al lado.
– ¿Cómo? –contesté sin sentido alguno.
– Algo se le cayó –reiteró la mujer con una sonrisa.
– ¡Ah! Gracias –torpemente regreso a mí, con los pensamientos aun regados en varias dimensiones.
Recogí mis monedas y continué observando la vida nocturna del lugar. Eventualmente llegaban heridos pidiendo atención médica, rostros sangrientos, brazos dislocados, fracturas expuestas, heridos de bala, arrollados, padres asustados por sus hijos que enfermaban a mitad de la madrugada. Aquí es el dolor de uno, sumado al de todos. Y la más poblada soledad.
Cambié las monedas al bolsillo de mi camisa y en ese hecho sentí que pasaba el tiempo en cámara rápida. El tiempo aquí se hace uno solo, el tiempo de uno sumado al de todos, sumado al dolor de todos.
A donde sea que veo está la misma escena, espera, aburrimiento, desesperación, tristeza, corte a: espera, aburrimiento, desesperación, tristeza, sueño, murmullos, intentos de escape, frío, calor, blanco, amarillo, azul, magenta. Un déjà vu seguido de otro déjà vu, seguido de otro, sistema práctico, novedoso e instantáneo, sólo aplique la formula y agua.
Esa cosa que se queda atrapada en la garganta y que por más que se trague no se va. ¿Sentimientos? ¿Trozos de alma que salen a la superficie calida del corazón? ¿Qué es?
El llanto de la mujer sentada enfrente es letal, llora en silencio y a veces se pierde. Me siento un invasor malsano, sin embargo no evito el pensar en ello, nadie aquí, es simplemente imposible. Después, una retahíla de reflexiones, un reto a la sensibilidad, el llanto, ese llanto…cerrar los ojos…
…uno, dos, tres segundos…abrir los ojos. Espera, aburrimiento, desesperación, tristeza, silencio, murmullos, suspiros, intentos de escape, sueño, frío, llanto.
Se pierde tan fácil el conteo de sirenas, de ida y vuelta, de salida e ingreso. Un segundo de quietud y uno se pierde entre el ajetreo.
Afuera todo se nota impávido, un tanto mordaz y muy impaciente. El horizonte de muchos se colorea de soledad y angustia. El transcurso de la jornada es ese pedazo de fulgurante existencia que nos robamos en cada respiración.
Por mucho falta un cuarto de hora para el amanecer, dentro parece haber pasado un mes entero. Las personas que han decidido dormir han despertado extraviados, como si saliesen de una capsula del tiempo, no obstante, deteriorados.
Para esta hora todo pesa. El viento que juega al polizón, esta pluma que traza, dibuja, mide y apuñala. Pesa mi coherencia que ha sufrido de varios calambres metafísicos, a lo largo de esta tarde-noche-madrugada. Pesa la razón, el andar, el recordar, el observar. Pesan las paredes, la tinta, el frío, las voces que varían en semitonos. Pesan los parpados, el sueño, las ambulancias a la distancia. Pesa el alma, el alma de uno, sumada a la de todos.
V.
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