Viene, me arrebata y me defiendo
como un gato, ingeniosamente territorial. Llega, castra y embelesa, demuestra
que extraño es el débil cambio. Pago la cuenta, devuelvo lo dañado, aquello que
mastica más fuerte para alcanzar la gloria del paladar, moldeado entre espigas
doradas que manan de la felicidad del espectro nocturno.
Los cantos me acompañan y me levanto entre el cansancio de la luz del
sol, fulgor que siglos atrás conspiró el consumirme lentamente, una maldición
el calor que la temporada lanza. Luces que queman, luces que cual prístina
idiotez carcomen. Cansancio y estas pastillas que se alejan, pues no sirven más
para la causa. Aún duele y no se desvanece la sensación. Duele intensamente de
noche, cuando el cuerpo se voltea y la herida sangra.
Pídeme a gritos que no alucine con gritarte también. Si te llamo es para
que aparezcas y te lleves el malestar, si no, el cuchillo entrará en mi espalda
y el mal con él se hundirá. Mal, profundo mal.
Envuelvo la carcajada en papel, al fin y al cabo la carcajada brutal
murió en el acto entre sonidos vulgares de la propia disonancia, ¿qué más bajo
que eso?
Yo sólo olvido y me desplazo entre los seres exánimes. Sus mortecinos
ojos parecen dar señales de esperanza. Rápidamente se destapan, únicamente
vacuidad solemne y distrofia del ideal, ¿y ahora dónde está todo eso que se
plasmó un día de verano?
Los reclamos se me van resbalando entre la ropa, se nota el camino que
recorro pues lo inservible se queda pisoteado en el suelo, donde debió estar
desde un inicio y no volar a la velocidad de las cucarachas que con sus rezos
se manifiestan – afortunadamente los alacranes no tienen alas. Sabiamente
afirmó un anciano de gastada visión.
(Voces ininteligibles).
Según la libertad, según las palabras. Es difícil escoger qué palabras
son más coherentes, es difícil calcular cuánto más he de escapar, o si me quedo
aquí o si seguiré caminando sobre un suelo que amenaza con desplomarse a cada
paso. Eso es la libertad también. La que se pierde cuando la desesperación
invade por completo a la voluntad, la entorpece, y a la vez destruye a la
propia mirada (¿Por qué ha de nublarse la mirada si sólo es llanto?). Se vuele
en contra nuestra el vicio de la autodestrucción, pero no ahora. La mesa de
corte está libre, tan palpable como la propia alma que zurcida vuelve a la
carga, arrastrando su compleja forma de existencia y dejando de lado su
reforzamiento espiritual, o como sea que se llame, ahora lo que corre por las
venas es sangre espesa y en congelación, sangre que duerme contra su dictamen.
Pero el miedo, ese miedo simplemente está… Guardado en la caja…
Bajo la tierra se desmorona el viento. Los dedos sepultan a la frialdad
pero ésta se desencadena con vida propia. Después me quejo de la idiotez que el
espejo describe y mis mismas palabras captan. Me quejo de que se recuerde, de
que parezca perenne, de que nunca nadie pueda darle el beneficio de la duda.
Con el don de siempre me desempeño, ¿y cuál es ese? ¿Con ese don de ser estúpidamente
iluso? Los ecos de las voces se comprimen y me da por analizar el efecto
Doppler… ¿pasará algo parecido con las ideas? ¿Y con la vida?
Ya no tengo otro pedazo de mí, se pudre velozmente dentro del reflector
fastuoso (cabe aclarar que nunca le vi directamente, pudiera ser sólo un engaño
más de mi mente). Se me desprenden más pedazos como si me deshilachara y duele
inefablemente. Pido ayuda con mi voz muda. Recuerdo que había más personas en
esta habitación y ahora se lo ve tan ferozmente solitario. Comienzo a extrañar
a la sobredosis y se nota a través de mi piel que lanza sus clamores enfilados
y bifurcados… Olvidar y dormir...
Estos tiempos de modernidad encallada en la bravura. Cuánta pereza da
seguir viéndolos. Cavo mi tumba pero no me voy a dormir en ella. Ha saberse,
mis cenizas serán esparcidas en Júpiter. Volarán solas y llegarán sin pena ni
gloria como la lírica que de mi profundidad sincera se dio vida a sí misma.
Epitome de la propia historia que se repite. Ojalá no fuese así siempre pues la
misma pregunta se desprende, ¿para qué? ¿Para qué ver? ¿Para qué sentir? ¿Para
esto? Acabar sembrado en el subsuelo, pisoteando lo que queda de la sombra que
alguna vez nos acompañó, ofreciendo las merecidas disculpas a los seres
luminosos. Perdonándose a uno mismo…
Escribir o cantar, da lo mismo cuando me encuentro que no logra tragarme
el bisturí. Solo después. Mi recurrente encuentro de hoy día. Alcanzo a quemar
un poco de las telas que me cubrían tácticamente. Un extraño ardor y una
punzada tremenda que se pasea plácidamente
por mi entraña. Doy un giro, ¡duele más! Abro los ojos y noto que fue sólo una
pesadilla. ¡Qué alivio! Esto es un día más, por el que se debe luchar y ver como
se consume el humano en opresión. Despierto tranquilo de que sólo estuviese
soñando y que mi respiración siga conmigo. Abro los ojos e inhalo lo normal. El
mundo sigue aquí, la calma también, Despierto otra vez. Despierto seguro en mi
cama…
…Mi cama de hospital.
Víctor P.
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