Los conductos de aire liberan la entrada. Partículas pútridas salen a la par de la gente que se entorpece a sí misma. Logro entrar. Elegí un asiento de vacía simulación ergonómica, lleno de vómito solidificado en un orden grosero durante unas cuarenta y ocho horas. Al cerrarse la puerta, una mancha disecada se escurre de tres cuartas partes hacía abajo. Más que vagón, parece un baño público, uno antihigiénico.
Polígono vaporoso .Avanzan varias estaciones y el singular
¡PFFFFFSSSST! Del empuje de los pistones de aire abre las puertas para liberar
y tragar más autómatas. Sonido secundado
por el timbre de aviso apocalíptico de cierre de puertas que alerta a los que fueron derrotados por el
cansancio y tendrán que regresar una, tal vez dos o tres estaciones. El reacomodo de más personas en los
simuladores de asientos sorprende a un
tipo que se picaba la nariz y jugaba absorto con su mucosa. Lo deja un momento
y ya avanzando el tren, retoma su labor (pensar que las diversiones humanas no
suelen ser satisfactorias para muchos).
El tren se frena de golpe, el pasajero se lastima la nariz y se provoca
un estornudo hueco; pie para el fin de su placentera y básica experiencia nasal. Y lo siento, me
río bastante. Otra experiencia básica de
diversión humana.
Llegar a estos confines dimensionales lo hace a uno
desprenderse de la consciencia. Somos
todos, por ende: desterrados; alejados de lo ontológico y acercados a lo
subterráneo, habitando por secciones de vida dentro de la barriga de este
gusano de umbral súper-sónico; a veces congelado. Somos, pues, en parte parias,
en parte mitos.
Bostezo, no en intención de aburrimiento. Pudiera ser la
pausa eterna que se dio entre estaciones avanzando a la terminal. Eso sin duda desgasta.
¡PFFFFFSSSST! Ese sonido que devuelve a la realidad y parece cada vez más
intenso, el aburrimiento aquí está prohibido. La compuerta lateral se abre
nuevamente, da entrada a un grupo de entes que forcejean por el lugar vacío en
el interior. El ganador: un tipo con aspecto de roedor que logró filtrarse
entre todos. Nadie festeja la victoria y de inmediato borra la sonrisa.
El interior del gusano naranja emana unos 50° bajo la tierra
con la panza llena. El aire tibio aquí parece adherirse a la tráquea y hace
complicado el respirar, y el pensar. Se respira brea condensada; cemento
fresco; trozos de roca a medio moler; plasma y almas perdidas que se atoran en
cada uno de los poros de la piel y se embarran en los cristales. El aire
acondicionado es una burla al sentido común.
Me doy cuenta que por alguna insensatez, mi burbuja protectora sonora
está apagada, la más grande idiotez del día. Es por ello que se estaban
filtrando todos los balbuceos ininteligibles a larga y corta distancia. Esos
murmullos atonales y dispersos que envuelven todo el ambiente hirviente. Al
momento, altoparlantes a su máxima potencia escupen inmundicia en audio. Algo
que tratan de llamar música y que se aleja por completo de cualquier cosa
humana. Contaminación en su más impura expresión. Cerca, el llanto de un niño estalla y es tan
enérgico que apaga los murmullos y la contaminación sonora, en realidad,
destruye todo lo que suena al igual que los tímpanos de los que estamos a su alrededor. Como
medida de escape, me reconecto a mi burbuja y salvo mi cordura.
El viaje de las miradas absortas es visible a través de los
brazos y cabezas de los pasajeros. Zombies que arrastran sus extremidades para
tratar de encontrar un hueco y luego se quedan inexpresivos en su burda
trinchera psíquica. Más adelante, arrastran las extremidades para tratar de
salir del vagón… encomienda perdida de antemano, per se, las leyes quebrantadas
(todas) de la física hacen todo aquí dentro completamente inadmisible.
La bestia nos permite ver al exterior a través de su gruesa
capa de plástico. Es señal de que se acerca el final del recorrido en este
universo alterno, sucediendo mil veces por segundo. Se mueve bruscamente y nos
azota contra otros micro-universos inconexos, todos dentro de la panza del
gusano y sus ojos vigilantes. Estoy seguro que desfruta de cambiar el ritmo del
viaje para alterarnos, es parte de sus placeres extravagantes.
¡PPFFFFFSSSSST! Desciendo, el viaje ha terminado y somos
vomitados al andén de escape. Suena en mi cabeza “Louie Louie” en voz de Iggy
Pop; el pasillo luce eterno y…
…no sé realmente si voy o vuelvo.
Víctor P.
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