La imaginación envuelta en papel, los horizontes marcados con lápiz. El sonido que sube y baja, más fuerte y no se calla. Era ella, con sus zapatos, sonaban, siempre lo hacían. Era momento de silencio. El arma envuelta en tela, los límites marcados con alfombras. Su espectro vagó, de un lado a otro y no paró. Su cuerpo envuelto en la sábana, sus huellas marcadas con sangre. Los zapatos susurraban. Guarda el arma, apaga la luz, regresa a la cama.
Sensualidad, nervios partidos y corazonadas que escarban en lo profundo de la psique. Cortas la brisa y apenas si te das cuenta de que mi piel se ve incendiada y las quemaduras del éxtasis me dejan sobre las ramas de un espasmo. La suavidad de recorrerte las manos y no darme cuenta que he llegado envenenado a morder tus ropas inclementes y furtivas. Adormecido por estas extrañas drogas que tu cuerpo danzante y musical me ha brindado. Soy adicto. Ahora te cubre nada. Eres parte del ambiente y principia la duda de caminar sobre tus muslos o simplemente circular por tu espalda.
Desnuda, marcada, erizada. Sólo el camino que ilustraban sus pantorrillas era lo que podía ver. Sus pasos, un tic-tac, pupilas dilatadas, hipnotizada por la luz roja. Las palabras, sabía que las había visto antes, no recordaba cómo leerlas. El sonido turbio de agua en la bañera, el sonido aplastante de lluvia alrededor, el sonido muerto de su mente en la habitación. Luz, oscuridad, luz, oscuridad. No entres, no sueñes, no empieces.
Mi piel se torna como escamas. Tus laberintos se escapan de mi imaginación y los recorro como al principio, como la vez unitaria. Desconozco mis inquietudes y siempre en tu mi carne en compactada de palabras. Tu mano detiene las olas de aire que golpean mi cuello y con tus labios las atraes y las disparas. Te respiro con por los poros y cambias mi sangre por vino. Bebemos hasta ahogarnos. Bebemos de nosotros, del vapor, de la ebriedad de estar y respirar las silabas ordenadas en la tela.
Su roce suave y frío, inconstante y eterno. Alimento de ciegos, ebrios y audaces. Alimento dulce y venenoso. Quiébrate, levántate, vuela. Su inquietud le perturba, le estremece, le enamora. Elementos frágiles presume su espalda, sonidos insensatos presume su boca, seduce y mata. Ahora no es momento, sus manos tiemblan, su cabello vuela, sus ojos callan.
Chio Corona, Víctor P.
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