Se cuenta por ahí, que dos seres vagaban por el mundo. A ciegas, pero no insensibles; con cautela, pero sin cobardía; analíticos, pero con tacto. Con el alma casi desnuda. Apenas protegida por los latidos del corazón y una piel que de lunares hacía historias.
Vagando pues, se encontraron. Sin medir los pasos, se recorrieron. Sin temer, se escucharon. Sin prisa, se bebieron. La conjunción de las texturas se perdía en un juego de sombras. Homogéneos, difuminados, intensos...
La naturaleza se regodeaba de placer. Soplaba el viento sin tocar nada, ¡era todo tan armonioso! Las copas de los arboles ejecutaban una sonata en Si para acompañar el paseo. La tierra no dejaba de temblar y unas manos vigilaban, con recorridos infinitos, los cuerpos de los seres límpidos. Esas manos, sus propias manos. Atadas a su propio ser, pero desprendidas de noción, razón y mesura. Era un carnaval. La fiesta de las sensaciones. El descubrimiento máximo. La carne, la piel, el dolor, el aliento consumido como quien sopla una flama.
A la par, los latidos funcionaban como el mecanismo universal. Lo que mueve a los astros, lo que hace a un río fluir. Como fluyen las pasiones dentro de las venas. Como fluyen las ideas, los deseos, las danzas etéreas...
No se van esos suspiros. Apenas tratan de salir, una bocanada inmensa los atrae y los traga. Salen de nueva cuenta y se van metiendo por los poros. Recorren la espina dorsal y, como choque eléctrico, impulsan al interior. Redescubrimiento...
¿Qué se dice? Las voces no cantan las mismas cosas eternamente. Piden préstamos de silabas y van haciendo tiras de las palabras que se modifican en los labios. En forma de besos son depositados y entonces...destilan... …Condensados...
Un vuelo, una danza, una melodía. Si se encuentra el interior, es mucho más fácil expresar lo más profundo, tal vez sin expresar una sola palabra. La mirada, claro. La mirada.
Víctor P..
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