martes, 18 de septiembre de 2012

Indicios.

Atrapado en mi nueva prisión urbana andante. Como animales de circo enjaulados vamos, sólo viendo por el filo de los barrotes, sirviéndonos unos a otros de diversión efímera y vana. El calvario de muchos y la hora de autorreflexión de unos cuantos más, el transito aletargado. Trato de relajarme en mi asiento incomodo, busco algo en la radio para pasar el momento y no contagiarme de la presión de afuera, musicalizada por la orquesta anti-sinfónica de claxons. No sé quién fue el primer humano que pensó que el claxon era un invento para generar contaminación y fastidiar a los demás, sería interesante saber cuando se volvió una moda en las urbes que mientras más ruido sin sentido, o por el simple hecho de aplastar con fuerza la jodida bocina, el avance de los autos sería más rápido. Evolución humana, ¿de esto trata? No somos más que una especie egoísta, tan seguros de nuestros avances tecnológicos y afanados en nuestras posesiones materiales vacías. ¡Pero basta de eso por hoy! Dejaré esos pensamientos para seguir sintonizando la radio. Atrapado atrás, adelante y a los lados por vehículos, dentro de ellos los mismos rostros grises de hastió, casi se puede leer en su mirada todo el enojo que se guardan y que no esperan más a poder liberarlo en un grito de guerra. Pero lo liberan otra vez con el claxon, casi coordinados, ¿y qué ganan? Ganan nada y lo saben bien, de ahí la frustración. Desde arriba la lluvia nos llama insistente, toc, toc, toc… las gotas. Por fin encuentro algo por escuchar mientras avanzamos unos metros. Toc, toc… …las gotas. Reclaman por su espacio y por su silencio. Los cristales empapados se secan con luminosidad tonta en una marcha agónica. La noche anuncia su llegada desde el horizonte, cubriendo candida y mortificando a los seres aquí abajo. Inexorablemente la mortificación eleva la tensión. La madre que reprende a los niños en una pantomima clásica y sin sonido, tan chaplinesco desde donde lo veo. El tipo que no deja de revisar sus aburridos papeles dentro de su portafolios, como si cada segundo que cambia la hoja el estado de cuenta de su mal usada tarjeta de crédito cambiara. Todo esto se contagia. Si acaso en el automóvil ubicado a mis siete, según el reflejo del retrovisor, una joven pareja aprovecha para besuquearse, al parecer las únicas personas atrapadas en el transito que no están preocupadas por ello… carajo, no estoy para esas visiones de cualquier forma. ¿Qué hago aquí? Sentado, solo, pensativo, serio, cansado, arrastrándome desde mi entraña, molesto por mi propia causa. Mejor…¿qué hay del panorama? La arquitectura que cede su sangre al paso de la lluvia y delante una ambulancia que con su sirena roba la calma y empobrece un hábitat ya sin cohesión. El asfalto con su vestimenta en franjas cayéndosele el cielo al tiempo de una canción socavada. Colores en las vías del viejo tren que aún transita cargado de materiales varios, ahora invadido por autos que bien podrían desaparecer si el tren llegase a pasar. Gente que de los transportes decide bajar, ataviados en impermeables y de sobre ellos sombrillas, anfibios desde hoy, híbridos innatos. El helicóptero de la televisora de más alcance e irónicamente, de menor contenido, a la caza de varios policías que corren con limitada agilidad. Detrás, un tipo baja de su Mercedes para ver que no se ha dañado la pintura, pues uno de los policías se ha apoyado ligeramente en él al pasar, sólo hacía falta ver la expresión en su rostro para saber cuanto vale su auto, su status, su dignidad. De pronto el avance de varios metros, un riachuelo pasa junto a mi. Se hace más fluido el camino. Se despeja la avenida. Inician las caras sonrientes y los pedales casi a fondo. La única obstrucción es la de la ambulancia y varias patrullas, un pequeño conglomerado de paramédicos y acordonado un radio de diez metros. Todo indica que alguien fue arrollado, accidentes de la gran urbe. Pasan los vehículos que hace unos minutos se desesperaban por no poder avanzar y ahora se detienen para hurgar. Husmean proyectados en su propia muerte, aterrados, humanos al fin, consumidos por sus preocupaciones excesivas e irrelevantes. Estresados por un minuto más en una constelación. Apresurados por darle conexión a la existencia, por alimentarse, romper, aumentar, desperdiciar, decepcionar, dormir, comprar, tener, lastimar, arrancar, olvidar, consumir, exigir, imitar, ocultar, mentir, ignorar, abandonar, apagar. ¿Pero cuándo para llorar, gritar, sentir, desear, extrañar, caer, subir, seguir, levantar, pensar, dar, soñar, querer, crear, buscar, decir, probar, esperar, crecer, observar, escuchar, suspirar…? Especie rara…. …Desde éste punto, donde no sabemos de donde venimos, es más complicado saber a donde vamos.

 Víctor P.

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