Del papel en blanco salen las notas. Puede ser tu voz o la forma en que tomaste mi mano en suma de la textura de las sábanas, en el interior de la habitación de seis paredes (¿seis?). Quizás tu piel con su aroma suave e hipnótico. Ese que libera mi pasión de felino, con el que crecen mis garras y colmillos y desgarran tu aliento y de pronto no sé más de mi, ni de ti, ni de las seis paredes que se van reduciendo hasta llegar a nada, dejándonos desprotegidos.
Ahora en espacio abierto sentimos la lluvia. No me intimida ver como te toca igual que yo, de hecho, en conjunto, elevamos tu cuerpo mojado y somos partícipes del magnífico ritual de vida y muerte. El eco de tu nombre estremece mis adentros, el eco del nombre que me encanta que cambies me estremece igual. Lo pido.
En nuestra situación no nos adecuamos a la lluvia, ni al sol, que es posible que hayamos olvidado por ahora, aunque exhorten a nuestras sombras a petrificarse y unirse en un canto primario. Incluso olvido el papel en blanco y todo se va grabando en automático.
La base de la tierra se mueve cercana a nuestro núcleo. Un péndulo dorado se desliza por los parpados en una sonrisa que no atinamos a descifrar. Nos preguntamos tantas cosas y me dices algo inaudible. Tus labios parecen hablar, sonríes y vuelves a decir pero todo en silencio. Me incorporo y pregunto mil veces más y ahora estamos en sepia. Nuestras pieles más doradas e interminables, nuestros poros más abiertos, todos en una danza tan coordinada que consume al tiempo como un leño al fuego. Aliméntame, te pido, rodéame, te imploro. Somos flor de loto en capas múltiples, rodeados de palabras y símbolos. Mordidas en la espalda, en el estomago y en el cuello. El beso que es la marca en el mapa de nuestros cuerpos alineados con las estrellas diurnas…
Transparencias… te toco y puedo atravesar sus sensaciones. Por fin logro escucharte en un grito placentero que me une a ti y quedamos perdidos para siempre. Soy la orilla de tu silueta y la tela que arrastramos. Eres el calor que generamos, las sonrisas, los gritos y el placer. Somos en conjunto, el viaje por un universo orgásmico que se percibe infinito
En tus ojos me he reflejado, amanece, o no. No me importa en este momento. Somos atardecer de verano y la música que le acompaña. Un poco de lluvía, café y éxtasis.
Nunca antes había luchado tanto por mantenerme en un sueño. Como si el mundo onírico fuese la calidez que estuviésemos buscando, alejados del espacio angosto y ausente de motivantes de la realidad.
Sé mi sueño, quédate en mi sueño, quédate en la realidad también.
Víctor P.
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