martes, 18 de septiembre de 2012

El espectro del descuido (De ida y vuelta). Parte II

-De vuelta.
 Para esta hora ya debería estar resignado. No obstante, reniego de la situación y se me nota el cansancio. Escupo mil tratados de ineptitud y los archivo a la vez. La noche ya me cubre, pero esta vez sus palabras no son lo suficientemente agudas como para sacarme de mi letargo. Pero, ¿y la música? No puedo ver el color de las notas justo ahora, me he disculpado ya mucho por eso, estoy en una suerte de distracción, por completo errado y sobremanera perplejo. Y este fantasma que se ha sentado a mi lado todo el día. La quietud del exterior es un tanto sedante, el agua fría en el rostro, el aire que la seca y al mismo tiempo más agua fría. Sucede que yo no he soltado mi sensación de vacío, hasta me he sentido reprendido por los objetos que algunos más poseen. Objetos, así es como ellos lo ven. Escribo al viento, vocifero cantos fanáticos, me hago de miradas que me corresponden y eso no tiene importancia alguna. Mi calidez se me desenvuelve como un trozo de tela, esa tela que antes me hacía sentir cubierto por algo más allá del el manto estelar. Me dibujo los patrones perdidos en las palmas de mis manos como un mapa. Con eso recupero un poco de mi territorio perdido, "animalizándome" sólo por un instante. Se ha vuelto intrínseco este viaje de retorno. He descubierto más cosas que en otro estado no lograría comprender. Se ve muy abandonado este espacio, va más allá de mi seriedad y ese cosquilleo en la espalda que me hace voltear de vez en cuando, sin notar que nada hay detrás. Desciendo para ascender, escalo por las orillas de una entrada parcial que se cierra y se abre con un sonsonete lento y nimio. Viejo sentimiento atrapado en las profundidades de mi prisma favorito, te digo adiós por hoy, ahora tengo esta congoja en mi interior. Ve, me reta. Nuevo objetivo a las doce en punto, se lo ve claro. He de eliminar el agua de mi cristal justo antes de parar la ronda. Liberar mi visión. Apeo presuroso. Busco más pistas, ahora con mi paisaje nocturno que no me quiere causar antagonismo, lo sé de antemano. No me fijo en eso, es irrelevante. Todo luce teñido en azul, un azul artificial de algún farol. Así se ve el montón de pasto, matizada la reja a medio cerrar, el teléfono público, la esquina que doblé y ahora quiere mi respeto, todo empapado; mas el trozo de concreto ya no está. La noche callada, siento que se esconde detrás de los postes y que se filtra por la luz. Piezas de metal que extraigo de mi bolsillo y que evaporan el agua. Con un giro casi hechizante se puede notar la lúgubre reclamación que me es ya muy familiar. Interior. Tantos recuerdos acumulados y en un día los he dejado caer. Me siento peor ahora aquí. Doy los primeros pasos en lo profundo y fosco. Mi mano se pasea sigilosa por las entrañas y las paredes hasta chocar con la compuerta de falaz claridad. Pero iluminado al fin me desplomo en lo que confió, sea un sofá. Me hidrato nuevamente y justo ahí, ¡te burlas destino inexistente! Mi mirada justo apunta al suelo y sí, ¡eres tu! Asomándote en la gastada combinación del mueble. Noto que mi rostro brilla, ¡tremenda jugada me has hecho hoy! Te levanto, te observo, te abrazo, te beso y casi o lo creo. Estoy nadando otra vez en tu suavidad y te ato a mi brazo, mientras te exclamo que para mi no eres un objeto de tela, no eres solo una pieza de adorno de mi color favorito, ni menos. Ese grado fetichista que me cargo desde siempre y que ahora te imprimo a ti. Pero representas, ¡oh inmóvil obsequio! Una parte importante en el avance de la historia. Ahora estas, otra vez en mi brazo. No dejaré que caigas otra vez. Lo he prometido al reflejo y a esta noche solitaria. Apago la luz.

 Víctor P.

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