jueves, 20 de septiembre de 2012

Confesión.

Yo quiero confesar que te hago el amor. Es algo cursi, lo sé, no obstante, después de analizarlo es esa mi conclusión. Está implícito en la forma de explórate milimétricamente. Conocer personalmente tus lunares y ordenarlos a placer sobre tu piel en una constelación de luz. El lienzo de tu espalda ya tiene unos trazos de mis besos y mis dientes, rastro de mi presencia febril. Tus manos tibias, a su vez, se saben el recorrido de mi ser envuelto en deseo incontrolable. He calculado perfectamente el número de pulsaciones que se generan en mí, cuando mis labios recorren tus hombros y besan tu cuello y termino refugiado detrás de tu cabello. Debe notarse, de la misma forma, al momento que recojo tu aroma en mis frascos metafísicos. Lo guardo y voy etiquetando: Aroma cítrico; Aroma de atardecer de verano, lluvioso-acalorado, nublado sin fin, templado –aumentado, hasta el infinito; Aroma de Jazmín. Vaya locura, ¿no? Que tus pasos en el aire sean la expresión total de la sensualidad en una danza que hipnotiza a los sentidos. Que besar tus pies sea el cosquilleo etéreo que nos condene a sentir en amplitud. Acariciar en ascenso tus piernas es aclimatar a todas las cumbres insidiosas de la historia humana y, reivindicarlas tan sólo para nosotros y por nosotros. Preparados para la despresurización del ambiente. Tres segundos y contando y las yemas de mis dedos impulsándose sobre la suavidad de tus muslos, como quien se desliza por un lago congelado en invierno con todo y el vapor expuesto desde la boca, aliento digno de bestias en celo. Dos segundos y nuestra piel se llama. Escuchas los gritos que culminan en un beso apasionado que causa la fricción del tiempo -espacio y de nuestros sexos cálidos. Un segundo y estoy alimentándome de ti y saciando mi sed en tus bosques húmedos. Yo sé del sendero pues mi memoria me lleva a buen destino. Mi gusto en nuestro manjar de dioses inmortales. Me aprietas con tus manos feroces hasta acercarme completamente a ti, pidiendo que no deje de avanzar, que te lleve conmigo, que no diga una palabra más que no sea el significado de los sonidos arraigados desde tiempos ancestrales. Tres segundos que son tres años y más. Nuestro pleno contacto se cierra en la mirada y en los labios que ya muestran mordidas carmesí. La misma ternura que sentimos en el centro físico, se expone al vernos a los ojos. Las pupilas se entrelazan, igual que sombras en un profundo abrazo que incita a nuestras terminales nerviosas a crear una tormenta eléctrica. Peligro inminente al tacto pero que provoca tocarnos aún más, parecido a una búsqueda desesperada a través de tu cuerpo. Caricias que buscan salir, entrar, susurrar, emanar, ser tuyas como sensual eres y como magia eres hecha mujer. Llueve sudor y llueve voz que es charola de plata de esas palabras legendarias que nos pertenecen. La estela vaporosa se va pegando a nosotros en un acto de mimetismo, en una especie de homogeneidad físico.-química. Reclamado ahora como la droga favorita. Sedante de nuestras almas inquietas que reposan al lado del manto estelar. Mi energía, entonces, descansa en tu pecho y tus manos en forma de flor sobre mi rostro. Nuestros vientres unidos en sedante. Una sonrisa que descansa en el vientre y un último aliento antes de atraer al sueño. Tus labios liberan la frase incógnita que extrae de mi cerebro un millón de hojas. Tus ojos se cierran para encontrarte y yo te observo respirar, brillar y dormir en un abrazo.

 Víctor P.

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