(capitulo 1)-
El ateísmo me permitió darme cuenta del universo infinito, que está regido más allá de un ente todopoderoso. Al contrario, la sinergía, la entropía y la ley de causa y efecto, que bien podría definir el karma, están del todo presentes y en actividad constante. El ateísmo me sirvió para despegar y nada más. Nunca de mi ha salido predicarlo como una religión, de las que ya sobran. No diría ni por error, -–acércate al ateísmo y sé libre –. Lo contrario, diré, –respeto tu fe, repudio a la iglesia y a sus líderes, criminales, ladrones, usureros e insectos. Ellos son los enemigos, los verdaderos destructores del espíritu.
Lo real es que nunca he agradado a muchas personas. Soy el disidente por antonomasia del presente, el anticredo, el poseedor del más amplio cinismo y libertad de pensamiento (lo cual si pregono). Y no quiero agradar, eso también es verdad. Si he de ser políticamente incorrecto a la opinión pública, pues lo soy, pero nunca de mí se sabrá que soy complaciente o que existo para darle gusto a las masas. Yo fui excomulgado hace mucho tiempo atrás, cuando a mitad de misa entré a la iglesia, me quedé en la puerta unos minutos, explorando el panorama y notando esas caras de ovejas enfermas que las personas suelen poner cuando piden a Dios. Y ese murmullo anodino que las acompaña y que pretende ser un mantra. Noté al fondo a esa chica, lucía tan aburrida, no entiendo qué hacía ahí, parecía sacada de una novela de Kerouac. Me veía parado en la entrada, obstruyendo el paso de luz solar en el inmueble inmenso. Jugaba con su falda roja y negro en diseño de tartán. Avancé rápido haciendo estruendo con mis pasos y me senté junto a ella. Miraba hacía el frente como disimulando que no estaba ahí. Al fondo, una cruz le daba marco a la imagen de su cabello negro y lacio que caía por toda su espalda, dibujando grecas inconexas. La miré, supongo que muy intensamente pues la obligué a voltear a mi. Sonreí y mi vista se colocó en sus manos que entrelazaba justo en su regazo. La miré unos segundos más, los suficientes para dirigirme a su entrepierna, arrugando sobremanera su falda para al fin sentir sus suaves bragas que ya estaban empapadas. Mi mirada nunca le perdió el rastro. Pude observar por completo su goce, la forma en que se mordía los labios y trataba de escapar del placer rasguñando la banca de madera y mi brazo alternadamente. Era una lucha de mí, los deseos y ella con su control mental. Aumentaba la presión y la velocidad y finalmente no pudo contenerse más. Sus gemidos apagaban la voz del sacerdote que desesperado, trataba de ganar la atención de los feligreses con un aburrido salmo. Pronto ya sentía las miradas sobre nosotros, no obstante, seguía viéndola fijamente y jugando con su clítoris henchido. No me detuve hasta hacerla gritar, me encanta la acústica de las iglesias y la conjunción con su expresión orgásmica. Nuestro público murmuraba pero yo sabía que estaban babeantes como perros afuera de una carnicería. Cuando ella volvió en sí, se acomodó la falda y miró a su alrededor. No la vi asustada ni preocupada, me vio y nos sonreímos. Aunque, lo cierto es que las miradas de la gente eran inevitablemente incómodas que, prefirió incorporarse y salir del lugar muy apresurada. Yo, estando ya solo en la banca, miré al sacerdote que tuvo que parar de sermonear por que ya nadie le estaba prestando atención. Me apuntaba con sus ojos inyectados de sangre y que, de ser su rifle semiautomático, Colt M4, con el que lo he visto irse de caza, seguro me hubiese disparado sin pensalro. Mi cinismo se hizo notar con la gran sonrisa que tenía grabada en el rostro y, sumado a ello, llevé mi mano hasta mi boca y comencé a chupara mis dedos aún tibios por el contacto con el sexo de aquella chica.
–¡Largo! Fuera de la casa de Dios –, ladró escupiendo saliva como rabioso –¡Blasfemo! ¡Hereje!
Asenté con la cabeza y me levanté para dirigirme a la salida. Tomé mi tiempo, la gente seguro pudo hasta contar mis pasos al retirarme.
El sacerdote bufaba, se escuchaba en un eco fastidioso. Justo cuando llegaba al centro del lugar, volteé ante la cruz y me persigné burlón… sí, con la misma mano.
Víctor P.
domingo, 14 de octubre de 2012
domingo, 7 de octubre de 2012
Sobre la Ciudad (Desempolvado de 2008).
Millones de manos, oxigeno insuficiente, pulsaciones incontrolables, memorias. La ciudad nos lleva, nos aleja, duele, cura. Cuenta nuestras historias y es parte de ellas, narra el tiempo. Encierra el destino. Explora, tiembla, recibe a los ganados que aun explican sus sueños, los comprende, los tortura, los acoge.
Ilumina, maltrata, se asfixia, recoge los pedazos de los que en ella van, exprime el llanto de los que de ella se van.
Respira, explota, corroe, completa. Pide sólo lo que necesita y recibe más de la cuenta, tiene vida propia, se mueve a placer.
Canta, compone música que retorna, corre, emerge, se duerme. Espera, acompaña, se marchita, se pudre, agoniza y muere. Resurge como el Fénix, evoluciona, ordena las ideas, los vientos, los sentimientos, nos escucha. Llora, baila, se calla, se aparta, crea, moldea, destruye, y vuelve a crear. Los olores, la combinación de té, café y agua. La bipolaridad del asfalto, helado como la realidad, la cadencia de sus paredes inertes.
Moja, seca, calienta y enfría, nos atrae, nos deja, nos conquista, nos da los materiales y el espacio, nos da soledad pero no nos abandona, fortifica, falsifica, dramatiza, fertiliza. Fauna citadina.
Concentra, vomita, alcanza, deshecha por la lluvia, cronometra, ríe, sueña, vuela, regresa. Se siente en las manos, comienza a repartirse por la piel, el ambiente es diferente, a veces nos deja ver, a veces no le importa, sobreprotege.
Nos hace alucinar, imaginarnos, nos golpea, nos relaja, nos desespera, enloquecemos, ensordecemos, pero crecemos, pensamos, somos. Avisa, embriaga, nos desnuda, nos invita a entrar y quedarnos así, se entrega, incita, seduce, pervierte, nos acaricia, termina y comienza. Todo en un punto, en un momento, en un segundo…dos… tres... Sólo pasa, sólo esta, impaciente, furtiva, trémula, distante, cálida, banal, creativa, sensual
Nos pierde, nos busca. Un cielo diferente cada amanecer, nunca igual que ayer, nuevo comienzo, nueva sensación, nueva mezcla de colores, nuevo sabor, nuevos sonidos. Nos da vida, nos mata, reencarnamos en bestias, respiramos igual, la ciudad no se va, empero se ve, crece, grita, escribe, enferma, sangra, no morirá.
Víctor P.
Víctor P.
Perspectiva. ¿Y si elijo lo irreal? (Desempolvado del 2008)
Viene, me arrebata y me defiendo
como un gato, ingeniosamente territorial. Llega, castra y embelesa, demuestra
que extraño es el débil cambio. Pago la cuenta, devuelvo lo dañado, aquello que
mastica más fuerte para alcanzar la gloria del paladar, moldeado entre espigas
doradas que manan de la felicidad del espectro nocturno.
Los cantos me acompañan y me levanto entre el cansancio de la luz del
sol, fulgor que siglos atrás conspiró el consumirme lentamente, una maldición
el calor que la temporada lanza. Luces que queman, luces que cual prístina
idiotez carcomen. Cansancio y estas pastillas que se alejan, pues no sirven más
para la causa. Aún duele y no se desvanece la sensación. Duele intensamente de
noche, cuando el cuerpo se voltea y la herida sangra.
Pídeme a gritos que no alucine con gritarte también. Si te llamo es para
que aparezcas y te lleves el malestar, si no, el cuchillo entrará en mi espalda
y el mal con él se hundirá. Mal, profundo mal.
Envuelvo la carcajada en papel, al fin y al cabo la carcajada brutal
murió en el acto entre sonidos vulgares de la propia disonancia, ¿qué más bajo
que eso?
Yo sólo olvido y me desplazo entre los seres exánimes. Sus mortecinos
ojos parecen dar señales de esperanza. Rápidamente se destapan, únicamente
vacuidad solemne y distrofia del ideal, ¿y ahora dónde está todo eso que se
plasmó un día de verano?
Los reclamos se me van resbalando entre la ropa, se nota el camino que
recorro pues lo inservible se queda pisoteado en el suelo, donde debió estar
desde un inicio y no volar a la velocidad de las cucarachas que con sus rezos
se manifiestan – afortunadamente los alacranes no tienen alas. Sabiamente
afirmó un anciano de gastada visión.
(Voces ininteligibles).
Según la libertad, según las palabras. Es difícil escoger qué palabras
son más coherentes, es difícil calcular cuánto más he de escapar, o si me quedo
aquí o si seguiré caminando sobre un suelo que amenaza con desplomarse a cada
paso. Eso es la libertad también. La que se pierde cuando la desesperación
invade por completo a la voluntad, la entorpece, y a la vez destruye a la
propia mirada (¿Por qué ha de nublarse la mirada si sólo es llanto?). Se vuele
en contra nuestra el vicio de la autodestrucción, pero no ahora. La mesa de
corte está libre, tan palpable como la propia alma que zurcida vuelve a la
carga, arrastrando su compleja forma de existencia y dejando de lado su
reforzamiento espiritual, o como sea que se llame, ahora lo que corre por las
venas es sangre espesa y en congelación, sangre que duerme contra su dictamen.
Pero el miedo, ese miedo simplemente está… Guardado en la caja…
Bajo la tierra se desmorona el viento. Los dedos sepultan a la frialdad
pero ésta se desencadena con vida propia. Después me quejo de la idiotez que el
espejo describe y mis mismas palabras captan. Me quejo de que se recuerde, de
que parezca perenne, de que nunca nadie pueda darle el beneficio de la duda.
Con el don de siempre me desempeño, ¿y cuál es ese? ¿Con ese don de ser estúpidamente
iluso? Los ecos de las voces se comprimen y me da por analizar el efecto
Doppler… ¿pasará algo parecido con las ideas? ¿Y con la vida?
Ya no tengo otro pedazo de mí, se pudre velozmente dentro del reflector
fastuoso (cabe aclarar que nunca le vi directamente, pudiera ser sólo un engaño
más de mi mente). Se me desprenden más pedazos como si me deshilachara y duele
inefablemente. Pido ayuda con mi voz muda. Recuerdo que había más personas en
esta habitación y ahora se lo ve tan ferozmente solitario. Comienzo a extrañar
a la sobredosis y se nota a través de mi piel que lanza sus clamores enfilados
y bifurcados… Olvidar y dormir...
Estos tiempos de modernidad encallada en la bravura. Cuánta pereza da
seguir viéndolos. Cavo mi tumba pero no me voy a dormir en ella. Ha saberse,
mis cenizas serán esparcidas en Júpiter. Volarán solas y llegarán sin pena ni
gloria como la lírica que de mi profundidad sincera se dio vida a sí misma.
Epitome de la propia historia que se repite. Ojalá no fuese así siempre pues la
misma pregunta se desprende, ¿para qué? ¿Para qué ver? ¿Para qué sentir? ¿Para
esto? Acabar sembrado en el subsuelo, pisoteando lo que queda de la sombra que
alguna vez nos acompañó, ofreciendo las merecidas disculpas a los seres
luminosos. Perdonándose a uno mismo…
Escribir o cantar, da lo mismo cuando me encuentro que no logra tragarme
el bisturí. Solo después. Mi recurrente encuentro de hoy día. Alcanzo a quemar
un poco de las telas que me cubrían tácticamente. Un extraño ardor y una
punzada tremenda que se pasea plácidamente
por mi entraña. Doy un giro, ¡duele más! Abro los ojos y noto que fue sólo una
pesadilla. ¡Qué alivio! Esto es un día más, por el que se debe luchar y ver como
se consume el humano en opresión. Despierto tranquilo de que sólo estuviese
soñando y que mi respiración siga conmigo. Abro los ojos e inhalo lo normal. El
mundo sigue aquí, la calma también, Despierto otra vez. Despierto seguro en mi
cama…
…Mi cama de hospital.
Víctor P.
jueves, 27 de septiembre de 2012
martes, 25 de septiembre de 2012
Tu Mirada.
Enfocado desde aquí. Trazos multicolores se desprenden de las comisuras de tus pensamientos. Eres rasgo de mi locura-cordura. Mírame e inspírame. Expulsa mis ideas, expulsa mi calor. Clamo por tu mirada.
Víctor P.
Víctor P.
Ciudad.
Mágica ciudad, con tus insondables sensaciones nocturnas. Tus escrupulosas calles solitarias. Y tus venas, llenas de mi espíritu. De mis altares de inquietud.
Víctor P.
Víctor P.
Sobre la Ciudad.
Millones de manos, oxígeno insuficiente, pulsaciones incontrolables, memorias....
... La ciudad nos lleva, nos aleja, duele, cura. Cuenta nuestras historias y es parte de ellas, narra el tiempo. Encierra el destino. Explora, tiembla, recibe a los ganados que aun explican sus sueños, los comprende, los tortura, los acoge. Ilumina, maltrata, se asfixia, recoge los pedazos de los que en ella van, exprime el llanto de los que de ella se van. Respira, explota, corroe, completa. Pide sólo lo que necesita y recibe más de la cuenta, tiene vida propia, se mueve a placer. Canta, compone música que retorna, corre, emerge, se duerme. Espera, acompaña, se marchita, se pudre, agoniza y muere. Resurge como el Fénix, evoluciona, ordena las ideas, los vientos, los sentimientos, nos escucha. Llora, baila, se calla, se aparta, crea, moldea, destruye, y vuelve a crear. Los olores, la combinación de té, café y agua. La bipolaridad del asfalto, helado como la realidad, la cadencia de sus paredes inertes. Moja, seca, calienta y enfría, nos atrae, nos deja, nos conquista, nos da los materiales y el espacio, nos da soledad pero no nos abandona, fortifica, falsifica, dramatiza, fertiliza. Fauna citadina. Concentra, vomita, alcanza, deshecha por la lluvia, cronometra, ríe, sueña, vuela, regresa. Se siente en las manos, comienza a repartirse por la piel, el ambiente es diferente, a veces nos deja ver, a veces no le importa, sobreprotege. Nos hace alucinar, imaginarnos, nos golpea, nos relaja, nos desespera, enloquecemos, ensordecemos, pero crecemos, pensamos, somos. Avisa, embriaga, nos desnuda, nos invita a entrar y quedarnos así, se entrega, incita, seduce, pervierte, nos acaricia, termina y comienza. Todo en un punto, en un momento, en un segundo…dos… tres. Sólo pasa, sólo esta, impaciente, furtiva, trémula, distante, cálida, banal, creativa, sensual. Nos pierde, nos busca. Un cielo diferente cada amanecer, nunca igual que ayer, nuevo comienzo, nueva sensación, nueva mezcla de colores, nuevo sabor, nuevos sonidos. Nos da vida, nos mata, reencarnamos en bestias, respiramos igual, la ciudad no se va, empero se ve, crece, grita, escribe, enferma, sangra, no morirá.
Víctor P.
... La ciudad nos lleva, nos aleja, duele, cura. Cuenta nuestras historias y es parte de ellas, narra el tiempo. Encierra el destino. Explora, tiembla, recibe a los ganados que aun explican sus sueños, los comprende, los tortura, los acoge. Ilumina, maltrata, se asfixia, recoge los pedazos de los que en ella van, exprime el llanto de los que de ella se van. Respira, explota, corroe, completa. Pide sólo lo que necesita y recibe más de la cuenta, tiene vida propia, se mueve a placer. Canta, compone música que retorna, corre, emerge, se duerme. Espera, acompaña, se marchita, se pudre, agoniza y muere. Resurge como el Fénix, evoluciona, ordena las ideas, los vientos, los sentimientos, nos escucha. Llora, baila, se calla, se aparta, crea, moldea, destruye, y vuelve a crear. Los olores, la combinación de té, café y agua. La bipolaridad del asfalto, helado como la realidad, la cadencia de sus paredes inertes. Moja, seca, calienta y enfría, nos atrae, nos deja, nos conquista, nos da los materiales y el espacio, nos da soledad pero no nos abandona, fortifica, falsifica, dramatiza, fertiliza. Fauna citadina. Concentra, vomita, alcanza, deshecha por la lluvia, cronometra, ríe, sueña, vuela, regresa. Se siente en las manos, comienza a repartirse por la piel, el ambiente es diferente, a veces nos deja ver, a veces no le importa, sobreprotege. Nos hace alucinar, imaginarnos, nos golpea, nos relaja, nos desespera, enloquecemos, ensordecemos, pero crecemos, pensamos, somos. Avisa, embriaga, nos desnuda, nos invita a entrar y quedarnos así, se entrega, incita, seduce, pervierte, nos acaricia, termina y comienza. Todo en un punto, en un momento, en un segundo…dos… tres. Sólo pasa, sólo esta, impaciente, furtiva, trémula, distante, cálida, banal, creativa, sensual. Nos pierde, nos busca. Un cielo diferente cada amanecer, nunca igual que ayer, nuevo comienzo, nueva sensación, nueva mezcla de colores, nuevo sabor, nuevos sonidos. Nos da vida, nos mata, reencarnamos en bestias, respiramos igual, la ciudad no se va, empero se ve, crece, grita, escribe, enferma, sangra, no morirá.
Víctor P.
sábado, 22 de septiembre de 2012
Un Mundo Aparte.
De la regadera cae el chorro tibio del agua que ilumina a tu cabello y lo arrastra hasta tus hombros. Cae tan largo que parece infinito. El cauce se mueve feroz, rozándote y haciéndote tibia al tacto de mi cuerpo con tu piel dulcificada. La cascada rompe enérgicamente en tus pezones, la cima más suave a escalar. Se desliza por tu espalda y mis manos le siguen hasta que cae a tus pies y se pierde sin más.
En este momento, la locura sólo compite con las gotas que nos abundan en este lugar aparte. La razón no está implicada en esto, hace mucho que dejó de estarlo y nos devolvió el desquicio necesario para sentir intensamente, para sentirnos intensamente, para crear, desde cuatro paredes, un mundo infinito, una burbuja que nos toma y nos libera. Estoy inexorablemente apasionado.
Yo no me distraigo, aunque a veces, debo agregar, me pierdo en ti, en esa avidez de imaginar como iniciar a tocarte, desarrollando el juego de texturas físicas, determinando mi lugar predilecto, escogiendo un lunar con vista panorámica de tu espalda, luchando contra esa ansiedad de la cual tú tienes la cura. Acerco nuestra desnudez y acerco nuestras miradas; nivelo el enfoque, me deslizo en tu cintura y me dejo ir con ella, contigo. Nos mantenemos jadeantes. He de envolverte en espuma de jabón que se desliza entre mis dedos y la distribuyen por tu dermis; el agua la borra paulatinamente: pretexto perfecto para volver a distribuirla, una y otra vez hasta pasearme por completo en ti, y sentir ese palpitar que conmueve a tus senos envueltos en mis manos al paso de mis caricias con agua tibia. Nos abrazamos desnudos, las yemas de mis dedos recorren tu silueta, el contacto aparte.
Miro desde la cima, calculo la distancia y me entrego voraz a tu cuello preso de mis besos. Reconoces mis labios al instante. Noto que te estremeces cuando acerco mis intenciones de morderte. Tu respiración se rompe como un cristal y con raudos espasmos aumentas la cercanía. Seguro mis ojos no disimulan la sed que tengo de ti, así como tu mirada no puede ocultar el hambre instintiva que te asedia. Nos tocamos, tus manos encuentran su propio camino y al sentirte, incluso olvido que nos estamos empapando aquí. El cuarto de baño se congela, las gotas de la regadera se congelan… el universo entero se congela.
Envuelta en blanco yaces ahora en un lecho tenue. Cabello húmedo y la tibieza de tu cuerpo que se desprende en una impresión inmortal y, ese aroma tuyo que tan bien conozco y me enloquece. Invade mis poros, mis fosas nasales, me refresca, me excita y me dispersa. La escena es de dos depredadores acorralados. No te intimidas cuando me lanzo a ti. Tu sonrisa sensual me reta, me llama y alimenta mi perversión. Tus movimientos femeninos complementan lo insaciable. La música ya suena y se coordina con los latidos. Se sueltan las ataduras de tu pelvis cuando te levanto de la cintura y te acerco a mí. Mi lengua te describe las sensaciones vivas en tu pecho y te avisa del recorrido hacia tu vientre, como el magma de un volcán te va incinerando el deseo. Las sensaciones ya están enlazadas cuando me detengo en tu ombligo. Sabemos que es inevitable gritar. Sensaciones aparte.
Yo, atrincherado en tu pubis, alcanzo a lanzarte una mirada, una señal como último trazo de una soga en el risco… y te sonrío. Disfruto el aumento del temblor en tu cuerpo mientras mi aliento te susurra poemas cortos. Te recorre un choque eléctrico que te eleva cuando mis labios rodean tu clítoris en un afán de reconocimiento al gusto. Me apodero de tu sensibilidad. Aumento la velocidad de mi lengua y me robo un millón de suspiros tuyos que presionan en silencio. Mis dedos se encargan de arrebatar tus gemidos. Los guardo para mi viaje junto con la húmeda evocación del trayecto, iluminado tan sólo por la lámpara en la pared. Mi cabeza situada entre sus muslos recibe el calor de tu placer. Tus manos atrapan al aire y jalan las sabanas como pidiendo asistencia… me tomas del cabello y nos perdemos… nos miramos, emites destellos. Te bebo en vino, inspiración lírica del hematófago.
Te desprendes y me dejas tirado, dúctil e hipnotizado. En ese trance aprovecha tu boca para conocer mis cantos vítreos. Me envuelven tus labios y el roce me deja una cálida tela de saliva que mitiga y derrumba a mi alma. Indefenso me dejas. Mi fuerza se va con el aliento entrecortado y tu espiración constante. Me hundo en las sabanas al instante que me ves de reojo. Me hundo en el espacio, gravedad cero. Cometas pasan de cerca ahogando mis gritos. Mis manos juegan con tu cabello, las tuyas con el destino. Después, mi vista al techo, tus labios enganchan un espasmo. Doy una bocanada y cierro los ojos, nada más un segundo para no perderme de tus formas en contra de la luz que rebota en el espejo…el espejo que me devuelve una visión oculta de ti.
Soy un ente que trata de poseerte navegando desde tu interior. Entré en forma de aliento abriéndome camino por tu sexo, acariciándolo y haciéndome parte de ti mientras lo integro a mis labios. Encuentro la manera más extensa de sentirte y desesperadamente te acaricio toda, como si de eso dependiese nuestra presencia en esta continuidad temporal. Tu femineidad se acopla a un tiempo en una danza ritual sagrada. Indecentes de placer, cándidos de lujuria, prestos de deseo. Inmaculados, mojados, escandalosos. Inmortales desvergonzados. Me quedo dentro de ti y penetrada me abrazas con tus piernas en nuestra expresión inédita de excitación. Tomo tus pies que avanzan en infinitos pasos que voy besando. Escribimos letras en el aire. Soy tu intrínseco adorador. Sentada sobre las nubes que coloqué debajo, para ampliar el sendero de nuestro orgasmo, te vas filtrando enteramente. Me quedo aún más profundo en ti, con ferocidad te entrego un estertor y me coloco sobre tu sombra. Tan tuya, tan mía. Tiempo aparte.
Un tierno beso abre nuestros hálitos. El hermoso goce de estar frente a frente. Gotas de mi sudor se quedan en tu rostro, rastros de mi éxtasis se quedan en tu vientre, en tus muslos, en tu almohada de nubes, en tu espalda que desemboca en tus nalgas que son oleaje apaciguador, inefable recorrido carnal con sus descansos en gritos, palabras de muda sensualidad, mordaz escarceo de colores, luz y sonidos.
Nos volvemos flor de loto. Te apoyas en mis hombros para no perder el acalorado equilibrio; mis brazos te rodean completa; las piernas entrecruzadas impulsándonos en un baile completo y coordinado. Nos sonreímos y recitamos odas a la noche que nos cubre de hechizos. Un estallido sensorial interminable el de nuestras lenguas chocando. Estamos expuestos. Me conecto en un parpadeo y ¡esa explosión! La habitación da vuelcos con nosotros dentro sin dejar de abrazarnos, sin salirme de ti. Despegue inminente. Te mueves como un péndulo sobre mí. Meces mis sueños, mi sangre y mi vid. Llevas el ritmo de mi taquicardia, de mi temperatura. Muerdes mi hombro y apagas un murmullo. Dibujas con tus uñas formas únicas en mi espalda. El centro de mi ser sucumbe en total rigidez. Soy tu ritmo de inexorable magia.
Vamos a la orilla del risco, sin protección, directo a caer, sin límites, nada. Trazados en la carne. Soy el ser fálico deliberando abundar en tus resquicios sexuales. Somos sensualidad unificada que desborda de la cama y cae al infinito. Me ves desde arriba y luchamos recalcitrantes. He descubierto el universo mismo en tu vagina. Viajo tan vertiginoso que pierdo el control. Se confunden nuestros gemidos, nuestros rostros se pierden en delicia y calor. Alzamos nuestros cuerpos guerreros al no poder contener más nuestra ira y bufamos como salvajes. Hemos vencido. Conocimos a la vida y a la muerte en un mismo sitio bebiendo cerveza. Luchamos como nunca. Guardamos el dolor-placer. Placer aparte.
Quédate sobre mí. Compartamos el calor. Cúbrete en mis brazos, nivelemos nuestra respiración. La sangre fluye en paz ahora. Cerremos los ojos, recuperemos energía. Sonríes.
Víctor P.
Víctor P.
jueves, 20 de septiembre de 2012
Confesión.
Yo quiero confesar que te hago el amor. Es algo cursi, lo sé, no obstante, después de analizarlo es esa mi conclusión. Está implícito en la forma de explórate milimétricamente. Conocer personalmente tus lunares y ordenarlos a placer sobre tu piel en una constelación de luz. El lienzo de tu espalda ya tiene unos trazos de mis besos y mis dientes, rastro de mi presencia febril. Tus manos tibias, a su vez, se saben el recorrido de mi ser envuelto en deseo incontrolable. He calculado perfectamente el número de pulsaciones que se generan en mí, cuando mis labios recorren tus hombros y besan tu cuello y termino refugiado detrás de tu cabello. Debe notarse, de la misma forma, al momento que recojo tu aroma en mis frascos metafísicos. Lo guardo y voy etiquetando: Aroma cítrico; Aroma de atardecer de verano, lluvioso-acalorado, nublado sin fin, templado –aumentado, hasta el infinito; Aroma de Jazmín.
Vaya locura, ¿no? Que tus pasos en el aire sean la expresión total de la sensualidad en una danza que hipnotiza a los sentidos. Que besar tus pies sea el cosquilleo etéreo que nos condene a sentir en amplitud. Acariciar en ascenso tus piernas es aclimatar a todas las cumbres insidiosas de la historia humana y, reivindicarlas tan sólo para nosotros y por nosotros.
Preparados para la despresurización del ambiente. Tres segundos y contando y las yemas de mis dedos impulsándose sobre la suavidad de tus muslos, como quien se desliza por un lago congelado en invierno con todo y el vapor expuesto desde la boca, aliento digno de bestias en celo. Dos segundos y nuestra piel se llama. Escuchas los gritos que culminan en un beso apasionado que causa la fricción del tiempo -espacio y de nuestros sexos cálidos. Un segundo y estoy alimentándome de ti y saciando mi sed en tus bosques húmedos. Yo sé del sendero pues mi memoria me lleva a buen destino. Mi gusto en nuestro manjar de dioses inmortales. Me aprietas con tus manos feroces hasta acercarme completamente a ti, pidiendo que no deje de avanzar, que te lleve conmigo, que no diga una palabra más que no sea el significado de los sonidos arraigados desde tiempos ancestrales. Tres segundos que son tres años y más.
Nuestro pleno contacto se cierra en la mirada y en los labios que ya muestran mordidas carmesí. La misma ternura que sentimos en el centro físico, se expone al vernos a los ojos. Las pupilas se entrelazan, igual que sombras en un profundo abrazo que incita a nuestras terminales nerviosas a crear una tormenta eléctrica. Peligro inminente al tacto pero que provoca tocarnos aún más, parecido a una búsqueda desesperada a través de tu cuerpo. Caricias que buscan salir, entrar, susurrar, emanar, ser tuyas como sensual eres y como magia eres hecha mujer. Llueve sudor y llueve voz que es charola de plata de esas palabras legendarias que nos pertenecen. La estela vaporosa se va pegando a nosotros en un acto de mimetismo, en una especie de homogeneidad físico.-química. Reclamado ahora como la droga favorita. Sedante de nuestras almas inquietas que reposan al lado del manto estelar. Mi energía, entonces, descansa en tu pecho y tus manos en forma de flor sobre mi rostro. Nuestros vientres unidos en sedante. Una sonrisa que descansa en el vientre y un último aliento antes de atraer al sueño. Tus labios liberan la frase incógnita que extrae de mi cerebro un millón de hojas. Tus ojos se cierran para encontrarte y yo te observo respirar, brillar y dormir en un abrazo.
Víctor P.
Víctor P.
Deseos.
Sentir en mis labios.
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Tu calor, tu aroma, tu aliento.
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Bebiéndonos.
----------------------------
Víctor P.
Víctor P.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
Cadáver 002.
La imaginación envuelta en papel, los horizontes marcados con lápiz. El sonido que sube y baja, más fuerte y no se calla. Era ella, con sus zapatos, sonaban, siempre lo hacían. Era momento de silencio. El arma envuelta en tela, los límites marcados con alfombras. Su espectro vagó, de un lado a otro y no paró. Su cuerpo envuelto en la sábana, sus huellas marcadas con sangre. Los zapatos susurraban. Guarda el arma, apaga la luz, regresa a la cama.
Sensualidad, nervios partidos y corazonadas que escarban en lo profundo de la psique. Cortas la brisa y apenas si te das cuenta de que mi piel se ve incendiada y las quemaduras del éxtasis me dejan sobre las ramas de un espasmo. La suavidad de recorrerte las manos y no darme cuenta que he llegado envenenado a morder tus ropas inclementes y furtivas. Adormecido por estas extrañas drogas que tu cuerpo danzante y musical me ha brindado. Soy adicto. Ahora te cubre nada. Eres parte del ambiente y principia la duda de caminar sobre tus muslos o simplemente circular por tu espalda.
Desnuda, marcada, erizada. Sólo el camino que ilustraban sus pantorrillas era lo que podía ver. Sus pasos, un tic-tac, pupilas dilatadas, hipnotizada por la luz roja. Las palabras, sabía que las había visto antes, no recordaba cómo leerlas. El sonido turbio de agua en la bañera, el sonido aplastante de lluvia alrededor, el sonido muerto de su mente en la habitación. Luz, oscuridad, luz, oscuridad. No entres, no sueñes, no empieces.
Mi piel se torna como escamas. Tus laberintos se escapan de mi imaginación y los recorro como al principio, como la vez unitaria. Desconozco mis inquietudes y siempre en tu mi carne en compactada de palabras. Tu mano detiene las olas de aire que golpean mi cuello y con tus labios las atraes y las disparas. Te respiro con por los poros y cambias mi sangre por vino. Bebemos hasta ahogarnos. Bebemos de nosotros, del vapor, de la ebriedad de estar y respirar las silabas ordenadas en la tela.
Su roce suave y frío, inconstante y eterno. Alimento de ciegos, ebrios y audaces. Alimento dulce y venenoso. Quiébrate, levántate, vuela. Su inquietud le perturba, le estremece, le enamora. Elementos frágiles presume su espalda, sonidos insensatos presume su boca, seduce y mata. Ahora no es momento, sus manos tiemblan, su cabello vuela, sus ojos callan.
Chio Corona, Víctor P.
Chio Corona, Víctor P.
Cadáver 001.
El sueño te llama: te vences al sueño. Hierve el karma: le dejas un camino marcado de sal. Cristalizado. Finges una muerte que, desde siglos se pretende fingir. Quedan pedazos de papel, un rompecabezas milimétrico. Ármalo, encuentra las piezas, atrévete a encontrarlas. Un grito en la espalda aumenta la tensión. Los ojos se mueven rápido, el cerebro libera adrenalina, sudor frío…estás listo para el combate.
El tiro certero entre los ojos, la mirada desorbitada y la sangre escurriendo por los brazos, fueron el indicio de que algo anda mal. ¿Cómo es que no lo supo antes? Se quitó el sombrero y lo lanzó a un lado, después limpió bruscamente la sangre de sus brazos en su playera rota. –Era un juego – repetía en su mente una y otra vez, pero la idea cesó cuando llevó su mano al hoyo que había dejado la bala. Un tiro, sólo eso, uno, qué molesto, qué sangriento, qué demente. Sólo un perturbado, nada más. Perturbados.
El campo de batalla del diablo es también un jardín florido. Una constante turbulencia de amor-rencor-odio-cariño. La tragedia en una pesadilla es el alimento perfecto para las almas entregadas a la sumisión. Rendido ante tu propio miedo. Nunca antes tomaste a las letras como escudo y nunca más deliberadamente podrás retomar el camino al interior. Te alejaste demasiado y ahora, a la deriva, pierdes la secuencia de tu propia historia. Anulas la memoria, quemas las naves, viajas a ciegas.
Como sin rumbo, sin intención, cuando su intención era totalmente conocida, sino estuviera enfermo, enfermo de cólera y ansiedad. Lo que sea que hiciera, salía al revés: pidió la muerte, consiguió la vida eterna; obsequió amistad, recibió traición; regaló palabras, recibió silencios. Atento al llanto, un sonido lejano, más agudo, más fuerte. Sus pies se pegaban al suelo, se derretía. El llanto, lo enloquecía. Cinco pasos más hacia el origen, un callejón, una sombra, una guitarra.
Chio Corona, Victor P.
martes, 18 de septiembre de 2012
De los encuentros.
Se cuenta por ahí, que dos seres vagaban por el mundo. A ciegas, pero no insensibles; con cautela, pero sin cobardía; analíticos, pero con tacto. Con el alma casi desnuda. Apenas protegida por los latidos del corazón y una piel que de lunares hacía historias.
Vagando pues, se encontraron. Sin medir los pasos, se recorrieron. Sin temer, se escucharon. Sin prisa, se bebieron. La conjunción de las texturas se perdía en un juego de sombras. Homogéneos, difuminados, intensos...
La naturaleza se regodeaba de placer. Soplaba el viento sin tocar nada, ¡era todo tan armonioso! Las copas de los arboles ejecutaban una sonata en Si para acompañar el paseo. La tierra no dejaba de temblar y unas manos vigilaban, con recorridos infinitos, los cuerpos de los seres límpidos. Esas manos, sus propias manos. Atadas a su propio ser, pero desprendidas de noción, razón y mesura. Era un carnaval. La fiesta de las sensaciones. El descubrimiento máximo. La carne, la piel, el dolor, el aliento consumido como quien sopla una flama.
A la par, los latidos funcionaban como el mecanismo universal. Lo que mueve a los astros, lo que hace a un río fluir. Como fluyen las pasiones dentro de las venas. Como fluyen las ideas, los deseos, las danzas etéreas...
No se van esos suspiros. Apenas tratan de salir, una bocanada inmensa los atrae y los traga. Salen de nueva cuenta y se van metiendo por los poros. Recorren la espina dorsal y, como choque eléctrico, impulsan al interior. Redescubrimiento...
¿Qué se dice? Las voces no cantan las mismas cosas eternamente. Piden préstamos de silabas y van haciendo tiras de las palabras que se modifican en los labios. En forma de besos son depositados y entonces...destilan... …Condensados...
Un vuelo, una danza, una melodía. Si se encuentra el interior, es mucho más fácil expresar lo más profundo, tal vez sin expresar una sola palabra. La mirada, claro. La mirada.
Víctor P..
Víctor P..
Sueño ACV18
Del papel en blanco salen las notas. Puede ser tu voz o la forma en que tomaste mi mano en suma de la textura de las sábanas, en el interior de la habitación de seis paredes (¿seis?). Quizás tu piel con su aroma suave e hipnótico. Ese que libera mi pasión de felino, con el que crecen mis garras y colmillos y desgarran tu aliento y de pronto no sé más de mi, ni de ti, ni de las seis paredes que se van reduciendo hasta llegar a nada, dejándonos desprotegidos.
Ahora en espacio abierto sentimos la lluvia. No me intimida ver como te toca igual que yo, de hecho, en conjunto, elevamos tu cuerpo mojado y somos partícipes del magnífico ritual de vida y muerte. El eco de tu nombre estremece mis adentros, el eco del nombre que me encanta que cambies me estremece igual. Lo pido.
En nuestra situación no nos adecuamos a la lluvia, ni al sol, que es posible que hayamos olvidado por ahora, aunque exhorten a nuestras sombras a petrificarse y unirse en un canto primario. Incluso olvido el papel en blanco y todo se va grabando en automático.
La base de la tierra se mueve cercana a nuestro núcleo. Un péndulo dorado se desliza por los parpados en una sonrisa que no atinamos a descifrar. Nos preguntamos tantas cosas y me dices algo inaudible. Tus labios parecen hablar, sonríes y vuelves a decir pero todo en silencio. Me incorporo y pregunto mil veces más y ahora estamos en sepia. Nuestras pieles más doradas e interminables, nuestros poros más abiertos, todos en una danza tan coordinada que consume al tiempo como un leño al fuego. Aliméntame, te pido, rodéame, te imploro. Somos flor de loto en capas múltiples, rodeados de palabras y símbolos. Mordidas en la espalda, en el estomago y en el cuello. El beso que es la marca en el mapa de nuestros cuerpos alineados con las estrellas diurnas…
Transparencias… te toco y puedo atravesar sus sensaciones. Por fin logro escucharte en un grito placentero que me une a ti y quedamos perdidos para siempre. Soy la orilla de tu silueta y la tela que arrastramos. Eres el calor que generamos, las sonrisas, los gritos y el placer. Somos en conjunto, el viaje por un universo orgásmico que se percibe infinito
En tus ojos me he reflejado, amanece, o no. No me importa en este momento. Somos atardecer de verano y la música que le acompaña. Un poco de lluvía, café y éxtasis.
Nunca antes había luchado tanto por mantenerme en un sueño. Como si el mundo onírico fuese la calidez que estuviésemos buscando, alejados del espacio angosto y ausente de motivantes de la realidad.
Sé mi sueño, quédate en mi sueño, quédate en la realidad también.
Víctor P.
Víctor P.
El espectro del descuido (De ida y vuelta). Parte II
-De vuelta.
Para esta hora ya debería estar resignado. No obstante, reniego de la situación y se me nota el cansancio. Escupo mil tratados de ineptitud y los archivo a la vez. La noche ya me cubre, pero esta vez sus palabras no son lo suficientemente agudas como para sacarme de mi letargo. Pero, ¿y la música? No puedo ver el color de las notas justo ahora, me he disculpado ya mucho por eso, estoy en una suerte de distracción, por completo errado y sobremanera perplejo. Y este fantasma que se ha sentado a mi lado todo el día. La quietud del exterior es un tanto sedante, el agua fría en el rostro, el aire que la seca y al mismo tiempo más agua fría. Sucede que yo no he soltado mi sensación de vacío, hasta me he sentido reprendido por los objetos que algunos más poseen. Objetos, así es como ellos lo ven. Escribo al viento, vocifero cantos fanáticos, me hago de miradas que me corresponden y eso no tiene importancia alguna. Mi calidez se me desenvuelve como un trozo de tela, esa tela que antes me hacía sentir cubierto por algo más allá del el manto estelar. Me dibujo los patrones perdidos en las palmas de mis manos como un mapa. Con eso recupero un poco de mi territorio perdido, "animalizándome" sólo por un instante. Se ha vuelto intrínseco este viaje de retorno. He descubierto más cosas que en otro estado no lograría comprender. Se ve muy abandonado este espacio, va más allá de mi seriedad y ese cosquilleo en la espalda que me hace voltear de vez en cuando, sin notar que nada hay detrás. Desciendo para ascender, escalo por las orillas de una entrada parcial que se cierra y se abre con un sonsonete lento y nimio. Viejo sentimiento atrapado en las profundidades de mi prisma favorito, te digo adiós por hoy, ahora tengo esta congoja en mi interior. Ve, me reta. Nuevo objetivo a las doce en punto, se lo ve claro. He de eliminar el agua de mi cristal justo antes de parar la ronda. Liberar mi visión. Apeo presuroso. Busco más pistas, ahora con mi paisaje nocturno que no me quiere causar antagonismo, lo sé de antemano. No me fijo en eso, es irrelevante. Todo luce teñido en azul, un azul artificial de algún farol. Así se ve el montón de pasto, matizada la reja a medio cerrar, el teléfono público, la esquina que doblé y ahora quiere mi respeto, todo empapado; mas el trozo de concreto ya no está. La noche callada, siento que se esconde detrás de los postes y que se filtra por la luz. Piezas de metal que extraigo de mi bolsillo y que evaporan el agua. Con un giro casi hechizante se puede notar la lúgubre reclamación que me es ya muy familiar. Interior. Tantos recuerdos acumulados y en un día los he dejado caer. Me siento peor ahora aquí. Doy los primeros pasos en lo profundo y fosco. Mi mano se pasea sigilosa por las entrañas y las paredes hasta chocar con la compuerta de falaz claridad. Pero iluminado al fin me desplomo en lo que confió, sea un sofá. Me hidrato nuevamente y justo ahí, ¡te burlas destino inexistente! Mi mirada justo apunta al suelo y sí, ¡eres tu! Asomándote en la gastada combinación del mueble. Noto que mi rostro brilla, ¡tremenda jugada me has hecho hoy! Te levanto, te observo, te abrazo, te beso y casi o lo creo. Estoy nadando otra vez en tu suavidad y te ato a mi brazo, mientras te exclamo que para mi no eres un objeto de tela, no eres solo una pieza de adorno de mi color favorito, ni menos. Ese grado fetichista que me cargo desde siempre y que ahora te imprimo a ti. Pero representas, ¡oh inmóvil obsequio! Una parte importante en el avance de la historia. Ahora estas, otra vez en mi brazo. No dejaré que caigas otra vez. Lo he prometido al reflejo y a esta noche solitaria. Apago la luz.
Víctor P.
Para esta hora ya debería estar resignado. No obstante, reniego de la situación y se me nota el cansancio. Escupo mil tratados de ineptitud y los archivo a la vez. La noche ya me cubre, pero esta vez sus palabras no son lo suficientemente agudas como para sacarme de mi letargo. Pero, ¿y la música? No puedo ver el color de las notas justo ahora, me he disculpado ya mucho por eso, estoy en una suerte de distracción, por completo errado y sobremanera perplejo. Y este fantasma que se ha sentado a mi lado todo el día. La quietud del exterior es un tanto sedante, el agua fría en el rostro, el aire que la seca y al mismo tiempo más agua fría. Sucede que yo no he soltado mi sensación de vacío, hasta me he sentido reprendido por los objetos que algunos más poseen. Objetos, así es como ellos lo ven. Escribo al viento, vocifero cantos fanáticos, me hago de miradas que me corresponden y eso no tiene importancia alguna. Mi calidez se me desenvuelve como un trozo de tela, esa tela que antes me hacía sentir cubierto por algo más allá del el manto estelar. Me dibujo los patrones perdidos en las palmas de mis manos como un mapa. Con eso recupero un poco de mi territorio perdido, "animalizándome" sólo por un instante. Se ha vuelto intrínseco este viaje de retorno. He descubierto más cosas que en otro estado no lograría comprender. Se ve muy abandonado este espacio, va más allá de mi seriedad y ese cosquilleo en la espalda que me hace voltear de vez en cuando, sin notar que nada hay detrás. Desciendo para ascender, escalo por las orillas de una entrada parcial que se cierra y se abre con un sonsonete lento y nimio. Viejo sentimiento atrapado en las profundidades de mi prisma favorito, te digo adiós por hoy, ahora tengo esta congoja en mi interior. Ve, me reta. Nuevo objetivo a las doce en punto, se lo ve claro. He de eliminar el agua de mi cristal justo antes de parar la ronda. Liberar mi visión. Apeo presuroso. Busco más pistas, ahora con mi paisaje nocturno que no me quiere causar antagonismo, lo sé de antemano. No me fijo en eso, es irrelevante. Todo luce teñido en azul, un azul artificial de algún farol. Así se ve el montón de pasto, matizada la reja a medio cerrar, el teléfono público, la esquina que doblé y ahora quiere mi respeto, todo empapado; mas el trozo de concreto ya no está. La noche callada, siento que se esconde detrás de los postes y que se filtra por la luz. Piezas de metal que extraigo de mi bolsillo y que evaporan el agua. Con un giro casi hechizante se puede notar la lúgubre reclamación que me es ya muy familiar. Interior. Tantos recuerdos acumulados y en un día los he dejado caer. Me siento peor ahora aquí. Doy los primeros pasos en lo profundo y fosco. Mi mano se pasea sigilosa por las entrañas y las paredes hasta chocar con la compuerta de falaz claridad. Pero iluminado al fin me desplomo en lo que confió, sea un sofá. Me hidrato nuevamente y justo ahí, ¡te burlas destino inexistente! Mi mirada justo apunta al suelo y sí, ¡eres tu! Asomándote en la gastada combinación del mueble. Noto que mi rostro brilla, ¡tremenda jugada me has hecho hoy! Te levanto, te observo, te abrazo, te beso y casi o lo creo. Estoy nadando otra vez en tu suavidad y te ato a mi brazo, mientras te exclamo que para mi no eres un objeto de tela, no eres solo una pieza de adorno de mi color favorito, ni menos. Ese grado fetichista que me cargo desde siempre y que ahora te imprimo a ti. Pero representas, ¡oh inmóvil obsequio! Una parte importante en el avance de la historia. Ahora estas, otra vez en mi brazo. No dejaré que caigas otra vez. Lo he prometido al reflejo y a esta noche solitaria. Apago la luz.
Víctor P.
El espectro del descuido (De ida y vuelta). Parte I
--De ida.
De salida estaba, mi mano rodeaba y avanzaba por la acera. Paso firme, pecho altivo y frente destructora de ilusiones de la otredad. Y voy guardándome fotográfica y arrogantemente el ambiente. Casi desdeño al montón de pasto, me importa poco la reja a medio cerrar, me río del teléfono público, la esquina que doblé no le vuelvo a ver y he pateado al trozo de concreto que se ha desprendido de alguna casa, la cual no identifico. Hasta puedo creer que estoy a punto de un despegue inenarrable, lo tengo tan presente. En un momento después, desgracia…¡oh pesar de no encontrarle! ¡Sólo un segundo de descuido! Caminaba como sin rumbo y al final percatarme de que no me arropaba más. ¡Sufrir! ¡Asistencia espiritual invoqué! Pertrecho macabro que ya no ensambla en mi existir a causa de la disonancia en mi cabeza. Y la desesperación que pulula. ¡No a la desesperación! Tráeme su suavidad alrededor de mi mano una vez más. ¿Donde está? Me retuerzo de ideas y especulo hasta causarme jaqueca, sin embargo, no doy con la respuesta. No se me ocurre otra opción. Recuerdo, el montón de pasto, la reja a medio cerrar, el teléfono público, la esquina que doblé, el trozo de concreto que se ha desprendido de alguna casa. Retorno, caminar sobre mis pasos. Rastreo cual sabueso, mi mirada atiende cada centímetro delante de mí, pero fracaso. Frustrado llevo mis manos a mis cabellos, que lucen ya despeinados (siempre lucen despeinados). Me quedo pensando y pensando, rápido y espaciado. ¡Retirada! Mis acciones ulteriores modificadas por completo a causa del mi pérdida. ¡Estúpido! No dejo de reclamarme como si eso pudiese cambiar la trágica situación. Sigo mi camino, avanzo pero dejo la mirada kilómetros atrás, sabiendo que pude hacer mas, sintiendo que algo me falta, que he fallado y que no merezco la benevolencia del suspiro. ¿Y acaso sabrá que ya no esta sobre mí? Devuélveme tu hilado magistral, esas grecas formadas como una tela de araña, grácil expresión que me dejas y que recuerdo tener desde el momento en que me fue dada. ¡Ah!! Pero como transcurren las calles y no puedo recuperarme. Voy hidratándome para no marchitarme con los segundos que voy contado imperiosamente. Mis dedos gruñen, mi quijada rechina, mis ojos observan todo, como al acecho. Cuidándome de mi alrededor, completamente tenso y molesto, a la defensiva como un gato. No, no estoy bien. Me voy sofocando de recordar donde. De sentir la textura (imaginaria) que ahora no esta y sigo tocando mi articulación tratando de dibujármela como por conjuro. Salgo de mi somnolencia. Apenas me movilizo, mi cabeza choca con algo, la cara de alguien, creo, o algo que parece alguien. ¡Impertinente ser! Casi me lío a golpes con el tipo. Estoy presionado, al grado de la demencia. Necesitaré mi energía para el regreso, lo sé. Detén esto, mente inconsciente, o terminarás peor que el aspecto perruno del sujeto enfrente, que resopla exaltado por el reto infringido. Incluso se pueden ver las venas en su rostro, su flujo sanguíneo malsano, y su nariz enrojecida por mi anterior golpe de cabeza. Eso me causó risa, pero no bajo la intención felina, me asusta mi decisión por encima de la razón, pero es agradable hasta cierto punto. Listo para el embate… pero… se retira. ¡Carajo, he perdido mucho tiempo ya! Me he dibujado una risa enferma y arrogante. Por un segundo afirmé que me despejaría. ¡Inocente! Aún me persigue el espectro del incidente. Soy tan necio… ¿Y la inercia? (Fin de la primera parte)
Víctor P.
De salida estaba, mi mano rodeaba y avanzaba por la acera. Paso firme, pecho altivo y frente destructora de ilusiones de la otredad. Y voy guardándome fotográfica y arrogantemente el ambiente. Casi desdeño al montón de pasto, me importa poco la reja a medio cerrar, me río del teléfono público, la esquina que doblé no le vuelvo a ver y he pateado al trozo de concreto que se ha desprendido de alguna casa, la cual no identifico. Hasta puedo creer que estoy a punto de un despegue inenarrable, lo tengo tan presente. En un momento después, desgracia…¡oh pesar de no encontrarle! ¡Sólo un segundo de descuido! Caminaba como sin rumbo y al final percatarme de que no me arropaba más. ¡Sufrir! ¡Asistencia espiritual invoqué! Pertrecho macabro que ya no ensambla en mi existir a causa de la disonancia en mi cabeza. Y la desesperación que pulula. ¡No a la desesperación! Tráeme su suavidad alrededor de mi mano una vez más. ¿Donde está? Me retuerzo de ideas y especulo hasta causarme jaqueca, sin embargo, no doy con la respuesta. No se me ocurre otra opción. Recuerdo, el montón de pasto, la reja a medio cerrar, el teléfono público, la esquina que doblé, el trozo de concreto que se ha desprendido de alguna casa. Retorno, caminar sobre mis pasos. Rastreo cual sabueso, mi mirada atiende cada centímetro delante de mí, pero fracaso. Frustrado llevo mis manos a mis cabellos, que lucen ya despeinados (siempre lucen despeinados). Me quedo pensando y pensando, rápido y espaciado. ¡Retirada! Mis acciones ulteriores modificadas por completo a causa del mi pérdida. ¡Estúpido! No dejo de reclamarme como si eso pudiese cambiar la trágica situación. Sigo mi camino, avanzo pero dejo la mirada kilómetros atrás, sabiendo que pude hacer mas, sintiendo que algo me falta, que he fallado y que no merezco la benevolencia del suspiro. ¿Y acaso sabrá que ya no esta sobre mí? Devuélveme tu hilado magistral, esas grecas formadas como una tela de araña, grácil expresión que me dejas y que recuerdo tener desde el momento en que me fue dada. ¡Ah!! Pero como transcurren las calles y no puedo recuperarme. Voy hidratándome para no marchitarme con los segundos que voy contado imperiosamente. Mis dedos gruñen, mi quijada rechina, mis ojos observan todo, como al acecho. Cuidándome de mi alrededor, completamente tenso y molesto, a la defensiva como un gato. No, no estoy bien. Me voy sofocando de recordar donde. De sentir la textura (imaginaria) que ahora no esta y sigo tocando mi articulación tratando de dibujármela como por conjuro. Salgo de mi somnolencia. Apenas me movilizo, mi cabeza choca con algo, la cara de alguien, creo, o algo que parece alguien. ¡Impertinente ser! Casi me lío a golpes con el tipo. Estoy presionado, al grado de la demencia. Necesitaré mi energía para el regreso, lo sé. Detén esto, mente inconsciente, o terminarás peor que el aspecto perruno del sujeto enfrente, que resopla exaltado por el reto infringido. Incluso se pueden ver las venas en su rostro, su flujo sanguíneo malsano, y su nariz enrojecida por mi anterior golpe de cabeza. Eso me causó risa, pero no bajo la intención felina, me asusta mi decisión por encima de la razón, pero es agradable hasta cierto punto. Listo para el embate… pero… se retira. ¡Carajo, he perdido mucho tiempo ya! Me he dibujado una risa enferma y arrogante. Por un segundo afirmé que me despejaría. ¡Inocente! Aún me persigue el espectro del incidente. Soy tan necio… ¿Y la inercia? (Fin de la primera parte)
Víctor P.
Indicios.
Atrapado en mi nueva prisión urbana andante. Como animales de circo enjaulados vamos, sólo viendo por el filo de los barrotes, sirviéndonos unos a otros de diversión efímera y vana. El calvario de muchos y la hora de autorreflexión de unos cuantos más, el transito aletargado. Trato de relajarme en mi asiento incomodo, busco algo en la radio para pasar el momento y no contagiarme de la presión de afuera, musicalizada por la orquesta anti-sinfónica de claxons. No sé quién fue el primer humano que pensó que el claxon era un invento para generar contaminación y fastidiar a los demás, sería interesante saber cuando se volvió una moda en las urbes que mientras más ruido sin sentido, o por el simple hecho de aplastar con fuerza la jodida bocina, el avance de los autos sería más rápido. Evolución humana, ¿de esto trata? No somos más que una especie egoísta, tan seguros de nuestros avances tecnológicos y afanados en nuestras posesiones materiales vacías. ¡Pero basta de eso por hoy!
Dejaré esos pensamientos para seguir sintonizando la radio. Atrapado atrás, adelante y a los lados por vehículos, dentro de ellos los mismos rostros grises de hastió, casi se puede leer en su mirada todo el enojo que se guardan y que no esperan más a poder liberarlo en un grito de guerra. Pero lo liberan otra vez con el claxon, casi coordinados, ¿y qué ganan? Ganan nada y lo saben bien, de ahí la frustración.
Desde arriba la lluvia nos llama insistente, toc, toc, toc… las gotas. Por fin encuentro algo por escuchar mientras avanzamos unos metros. Toc, toc…
…las gotas. Reclaman por su espacio y por su silencio. Los cristales empapados se secan con luminosidad tonta en una marcha agónica. La noche anuncia su llegada desde el horizonte, cubriendo candida y mortificando a los seres aquí abajo. Inexorablemente la mortificación eleva la tensión. La madre que reprende a los niños en una pantomima clásica y sin sonido, tan chaplinesco desde donde lo veo. El tipo que no deja de revisar sus aburridos papeles dentro de su portafolios, como si cada segundo que cambia la hoja el estado de cuenta de su mal usada tarjeta de crédito cambiara. Todo esto se contagia. Si acaso en el automóvil ubicado a mis siete, según el reflejo del retrovisor, una joven pareja aprovecha para besuquearse, al parecer las únicas personas atrapadas en el transito que no están preocupadas por ello… carajo, no estoy para esas visiones de cualquier forma. ¿Qué hago aquí? Sentado, solo, pensativo, serio, cansado, arrastrándome desde mi entraña, molesto por mi propia causa.
Mejor…¿qué hay del panorama? La arquitectura que cede su sangre al paso de la lluvia y delante una ambulancia que con su sirena roba la calma y empobrece un hábitat ya sin cohesión. El asfalto con su vestimenta en franjas cayéndosele el cielo al tiempo de una canción socavada. Colores en las vías del viejo tren que aún transita cargado de materiales varios, ahora invadido por autos que bien podrían desaparecer si el tren llegase a pasar. Gente que de los transportes decide bajar, ataviados en impermeables y de sobre ellos sombrillas, anfibios desde hoy, híbridos innatos. El helicóptero de la televisora de más alcance e irónicamente, de menor contenido, a la caza de varios policías que corren con limitada agilidad. Detrás, un tipo baja de su Mercedes para ver que no se ha dañado la pintura, pues uno de los policías se ha apoyado ligeramente en él al pasar, sólo hacía falta ver la expresión en su rostro para saber cuanto vale su auto, su status, su dignidad.
De pronto el avance de varios metros, un riachuelo pasa junto a mi. Se hace más fluido el camino. Se despeja la avenida. Inician las caras sonrientes y los pedales casi a fondo. La única obstrucción es la de la ambulancia y varias patrullas, un pequeño conglomerado de paramédicos y acordonado un radio de diez metros. Todo indica que alguien fue arrollado, accidentes de la gran urbe. Pasan los vehículos que hace unos minutos se desesperaban por no poder avanzar y ahora se detienen para hurgar. Husmean proyectados en su propia muerte, aterrados, humanos al fin, consumidos por sus preocupaciones excesivas e irrelevantes. Estresados por un minuto más en una constelación. Apresurados por darle conexión a la existencia, por alimentarse, romper, aumentar, desperdiciar, decepcionar, dormir, comprar, tener, lastimar, arrancar, olvidar, consumir, exigir, imitar, ocultar, mentir, ignorar, abandonar, apagar. ¿Pero cuándo para llorar, gritar, sentir, desear, extrañar, caer, subir, seguir, levantar, pensar, dar, soñar, querer, crear, buscar, decir, probar, esperar, crecer, observar, escuchar, suspirar…?
Especie rara….
…Desde éste punto, donde no sabemos de donde venimos, es más complicado saber a donde vamos.
Víctor P.
Víctor P.
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