(Artículo del 2016)
¿Cuántas formas de lucha existen en la vida? ¿Cuántas batallas
por enfrentar? Y, ciertamente, ¿Cuántas formas hay para morir Y revivir?
Literal y figuradamente hablando. "cae 7 veces y levántate 8", dice
un refrán oriental.
Alejandro González Iñárritu y Mark L. Smith adaptan su guión
de la novela de Michael Punke que, a su vez, está basada en un hecho real.
Coloquémonos en los inicios del siglo XIX, en lo profundo de la Norteamérica
salvaje junto a Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) y su grupo de cazadores, en el
medio de tierras sin dueño y guerras entre tribus nativas desplazadas y
abusadas durante años por los inmigrantes europeos. Glass resulta herido
mortalmente en su avanzada por el bosque y es abandonado a su suerte por el
ambicioso y execrable miembro de su equipo, John Fitzgerald (Tom Hardy).
Es un hecho que Iñárritu nos ha acostumbrado a los
planos-secuencias rayanos en lo visceral. No en el aspecto grotesco ni de mal
gusto, más bien en el sentido psicológico, planteado me manera muy ingeniosa y
apoyado en múltiples detalles que complementan las escenas (recordemos que su
pasada película, “Birdman”, está filmada, de hecho, como el plano secuencia más
extenso). En “El Renacido”, por ejemplo, es sencillamente brutal. Ya sea que se
nos presente un plano tan amplio que produzca agorafobia, o uno tan a detalle que
el vapor o la sangre se nos salpique en la lente detrás de una interactiva y
brutal emboscada. Dicho sea de paso, Emmanuel Lubezki se luce en la fotografía
de este hermoso western. Se vuelve una de sus grandes glorias, pues, planos
secuencias de esa longitud no se habían iluminado naturalmente y en esa
estructura exacta anteriormente. Nótese en momentos cíclicos como la lucha
contra una osa Grizzly; secuencia extremadamente larga, al igual que en la
primera emboscada al principio de la película, que, por abruptas, se entreveran
con la mezcla de sonido que hace que una escopeta estalle casi junto a nuestros
rostros, ahí el gran trabajo de edición de Martín Hernández.
Aunado al clima hostil; los peligros de estar completamente
a la deriva luchando contra el pleno avance de la naturaleza impetuosa; los
enfrentamientos territoriales de los nativos norteamericanos; la soledad; el
rencor que se alimenta de la misma carne; tenemos, además, que el explorador
Hugh Glass apenas si logra moverse por su propia cuenta. Y como única arma
cuenta con su voluntad. Y justo eso vanagloria esta alegoría
cinematográfica-literaria: el increíble poder del espíritu humano. Una gran
aventura de supervivencia, reencuentro y furia. En abundancia: recorrido por el
film nos transmite totalmente el contexto de locura y ansiedad. Es imposible,
en sus dos horas y media de duración, parpadear o pensar en levantarse
siquiera, ni en aquellos momentos donde la narrativa se apoya en retrospectivas
fungen como esencia onírica para remitirnos a momentos más humanos.
Inexorablemente todo regresa al atroz presente; el horror.
Es posible que el rodaje en las Rocosas canadienses hubiese
influenciado mucho en el aspecto y la interpretación de los personajes, sin
demeritar el gran trabajo histriónico que conlleva. Muchos pulgares arriba se
destapan para el antagónico, John Fitzgerald, en la increíble personificación
de Tom Hardy, pero este momento, considero, puede ser el bueno para que
Leonardo DiCaprio se lleve su tan anhelado premio Oscar con este gran papel.
Suerte en las premiaciones para “El Chivo” Lubezki, Alejandro Gónzalez y Martín
Hernández, verdaderos magos del cine, la luz y el sonido. Y no olviden ver esta
gran obra y sentirse orgullosos cuando termine.
Víctor P.
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