lunes, 25 de noviembre de 2019

Black Sabbath: Antes del fin, el infinito.


(Artículo del 2016).
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Es triste y al mismo tiempo reconfortante. Triste porque la banda pionera del heavy metal y sus infinitas ramificaciones y fusiones, ha decidido tomar el retiro; muy merecido, sin duda, para una agrupación con tanta historia como la humanidad misma. Reconfortante, porque fuimos testigos de la energía, no obstante la edad, de Ozzy, Tony y Geezer; un show poderoso en sonido y espectacular en nostalgia. Más aún para los seguidores de la banda que son contemporáneos de Black Sabbath, sin embargo, no menos para nosotros, las generaciones subsecuentes que heredamos el virtuosismo y la historia de esta leyenda viva. No, no es el fin.
Poco después de las 9:30 y un gran desempeño de la banda californiana Rival Sons, encargados de colocar el escenario y abrir la noche, la entrada al infierno se abrió, liberando a un enorme demonio alado, que con el fuego que manaba de su boca, consumía todo a su paso. Seguido de la característica risa malévola del gran Ozzy Osbourne y el riff básico en la Gibson SG-400 del maestro Tony Iommi, apertura del principio de todo: Black Sabbath, pieza inicial del concierto y de la historia de la agrupación, por allá de 1970. A la par, Tommy Clufetos (quien ha trabajado con Alice Cooper, Ted Nugent y Rob Zombie), ejecutaba las percusiones que daban compás al apocalipsis. Gran músico que suple de maravilla al señor Bill Ward, miembro fundador de Black Sabbath que, por desgracia, no quiso continuar con la banda. Fairies Wear Boots, también de 1970, del legendario segundo disco de Sabbath: Paranoid, fue la segunda canción de la noche, generando un griterío total en el per se desbocado Foro Sol, donde, de entrar una persona más, corría el riesgo de venirse abajo (claro, figuradamente).
“¡Oeee, oe, oeee, Sabbath, Sabbath!”, se escuchaba entre canciones, cual grito de guerra instado por Ozzy. Luego, una pieza que, al menos yo, no pensé que fueran a agregar y resultó en una bella sorpresa: After Forever, del épico Master Of Reality, de 1971. Estábamos viviendo un maravilloso recorrido cronológico, evidenciado por la gran canción que seguía, una básica absoluta, la pieza madre del doom metal y el stoner rock: Into The Void, del mismo disco. Quería que durara una vida completa. Ozzy Osbourne demostró que, a sus 64 años, todavía puede dejar toda la energía en el escenario, al igual que, en la guitarra, el gran Tony Iommi ejecutando los riffs y solos con técnica solemne y una facilidad como quien se rasca la nariz. Mientras, en las pantallas que custodiaban el escenario, nos mostraban a la banda tocar entre tramas psicodélicas que completaban la travesía.




















“I can´t fucking hear you!”, gritaba Ozzy en repetidas ocasiones cuando nosotros no podíamos salir del letargo que nos había causado la presencia de nuestros ídolos. Ver a Ozzy correr a los extremos del escenario, como lo haría en los 70s, fue algo muy emotivo y que se guardará para siempre en nuestros recuerdos. Entonces, como si los fans nos comunicáramos mentalmente con Sabbath, llegó el momento de escuchar Snowblind, la pieza que daría título al Black Sabbath Vol.4, de no ser por que la discográfica la censurara en 1972 y le colocaran el título hasta hoy día conocido. Y, sin más, sucedió: War Pigs, uno de los emblemas de la agrupación británica. No hacía falta mucho para reconocerla, tan sólo el primer rasgueo del Mi bemol atascado de reverb y las características líneas del bajo de Geezer Butler que le siguen como escolta. “Generals gathered in their masses/ Just like witches at black masses…” …Uno de los momentos más esperados de la noche que se cantó al unísono.
El escenario era perfecto: Un día hermoso, nublado y lluvioso, como si anunciara la llegada de los representantes del inframundo en la tierra. Una noche donde la lluvia que cesó justo antes del concierto y que dejó libre el firmamento con una luna enorme que fungía como halo espectral de Black Sabbath. Casi de inmediato, los más de 60 mil asistentes al recinto de Iztacalco, escuchamos ejecutar Behind The Wall of Sleep, del homónimo y primer LP de Sabbath. Pronto, el escenario que se oscureció, tomó dimensión cuando el virtuoso bajista Geezer Butler, ejecutaba su solo Basically, con el clásico sonido del pedal Wah,-wah, para bajo, y que representa la introducción de la pieza N.I.B., compuesta por el mismo Butler, la historia que nos traza el momento en el que Lucifer se enamora y se convierte en alguien bueno. Casi de inmediato, Tommy Clufetos se apoderó del escenario tras recibir el tono de distorsión de Tony, lo que significaba que entrábamos a la psicodelia pura de Rat Salad. Por si fuese poco, en las pantallas, una corte de un concierto de Black Sabbath de los lejanos años 70s, Ozzy ataviado en su traje blanco, saltando, aplaudiendo y sonriendo; Tony Iommi con un espeso bigote, su vieja SG roja y una gran sonrisa en el rostro; Geezer anclado en su bajo, concentrado, siempre feliz; el mágico momento de nostalgia pura que presentaba un inconmensurable solo de batería de Clufetos, testificando (aunque no hubiese duda), de por qué se encontraba en el banquillo de los tambores. Sencillamente hipnótico.




El doble bombo de Tommy marcaba la marcha del hombre de hierro: Iron Man, la canción que pudo haber gestado al metal industrial con una temática apocalíptica a manos de un hombre metálico que se venga de la humanidad que lo abandonó: “He was turned to Steel/in the great magnetic field/When he travelled time/for the future of mankind…” Ozzy aprovechó varios momentos para charlas rápidas con el público y para elevar el “Oee, oe, oe, oee, Sabbath…” que es sello particular cuando se encuentran en gira latinoamericana. En esa oportunidad presentó la súper pieza hard-rock psicodélico: Dirty Woman, del Technical Ecstasy, de 1976, otra oportunidad en la que Tony Iommi se lució con sus hermosos solos que hacen que la mente vuele fuera del planeta. Una droga natural. La noche parecía llegar a su fin, ese callejón sin salida donde no se sabe ni la hora, ni el lugar en dónde se está, pero que es razonable pensar que tiene que acabar en algún momento. Children of the grave, del Master Of Reality, parecía ser ese cierre. Así, cuando unos ya no podíamos ni hablar, Ozzy grita: “¿Nadie pedirá una canción más…? ¡One More Song, One More Song!”. Y, es cierto: ¿¡qué nos pasó cómo audiencia!? ¿Que no es lo habitual, pedir más y más canciones? Y a grito de “One More Song, One More Song...”, la canción que le dio y le sigue dando la vuelta al mundo: Paranoid, que hizo saltar y cantar a todo el Foro Sol ya muy cercana de la media noche.




Sí, faltaron muchas canciones: Never Say Never, Electric Funeral, Sweet Leaf, Lord Of This World, Hole In The Sky, Sabbra Cadabra, Wheels Of Confusion, e incluso algunas nuevas como Loner o God is dead? Canciones que hubieran llevado al evento a durar tres o cuatro horas, pero Ozzy, Geezer y Tony, acompañados de Tommy, estaban diciendo adiós en la mejor forma imaginable y nadie se atrevió a cuestionarlos.




Ozzy, en nombre de la banda, agradeció la compañía en su despedida, una despedida que tal vez no hemos aterrizado del todo, seguro por la adrenalina que vivimos anoche. al mismo tiempo pudiera ser la pieza que nos faltaba para cultivar todo lo que esta gran banda nos ha dejado. No, de ninguna manera es el fin. Es momento de valorar el trabajo que Black Sabbath ha realizado para despejar el camino e inspirar a tantas generaciones de agrupaciones que, sin lugar a dudas y en muchas formas, sin ellos, no serían lo que son el día de hoy. Es nuestro turno para heredar la experiencia.
¡Gracias, Black Sabbath! ¡Por siempre, Black Sabbath!
Víctor P.

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